De las más de dos mil obras de arte moderno y contemporáneo que conforman el acervo del Museo de Arte Moderno de Medellín, ninguna ha recibido la atención de Madona del silencio y Rojas Pinilla, de Débora Arango. Y esto ha sido así porque la anterior directora del Mamm, María Mercedes González, le pidió permiso al Ministerio de Cultura para vendérselas al Banco de la República. Este trámite, en apariencia sencillo, desató en la prensa un debate sobre la pertinencia o no de dispersar las pinturas de Arango, que las donó al museo en 1987.
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Hablemos las cosas con claridad: pocas veces un asunto de la cultura y el arte alcanza los niveles de apasionamiento que suscitó la revelación hecha por la revista virtual Papel. Incluso, derrapando en la hipérbole, en redes sociales se emplearon las palabras “descuartizamiento” para hablar de una solicitud normal y “secuestro” para calificar la negativa del permiso. ¿Por qué se llegaron a tales extremos lingüísticos? Las razones no son difíciles de desentrañar. Primero, las redes sociales privilegian el radicalismo y la desmesura. Las publicaciones más comentadas son aquellas en las que un hombre muerde un perro, para emplear la vieja imagen del periodismo. Y, muy cerca de ello, la segunda razón tiene que ver con el hecho de que en tiempos recientes la obra de Débora Arango ha despertado la curiosidad de muchos.
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Pasemos en puntillas por el primer elemento para ir derecho a la cuestión de la recepción de la obra de Débora. Conviene decir en este punto que las relaciones de las obras con los públicos son cambiantes, dinámicas. Por ejemplo, el interés en las pinturas de Débora Arango deja de manifiesto una transformación en las sociedades colombiana y latinoamericana. Desde hace por lo menos una década, a lo largo y ancho del continente, la gente ha comenzado a interesarse por los trabajos de mujeres que en su momento fueron silenciados o soslayados por las élites intelectuales. Tal fenómeno social se entiende, por supuesto, a la luz de los movimientos feministas de los últimos años y a la presencia femenina en escenarios de poder y de decisión.
Precisamente esa coyuntura fue uno de los argumentos esgrimidos por quienes cuestionaron la idea de vender dos piezas de la colección de Débora. Decían no entender las razones por las que el Mamm salía de las pinturas justo en el momento en que la figura de Débora sale de los márgenes para desplazarse al centro de la conversación social. “En lugar de vender esos cuadros, el Mamm debería promocionarlos más. Hay muchos extranjeros interesados en el arte de las latinoamericanas”, le dijo a EL COLOMBIANO una gestora cultural con trayectoria nacional. Para ella, el Mamm debería tomar la decisión de ser el Museo Débora Arango como, de alguna forma, el Museo de Antioquia es el Museo Botero.
Sin embargo, y como toda afirmación tiene su reverso, en el debate también hablaron gestores a favor de la venta de los cuadros. Entre otras cosas, se dijo que la realidad del Banco de la República haría más visible la obra de Débora al contar con un aparato cultural mucho más potente que el del Mamm. Para quienes se alinearon en esta orilla, la reacción en contra de la propuesta de venta obedece a una postura regionalistas, alejada de las posturas aceptadas en los circuitos de arte del mundo. “Ese argumento de que toda la obra debe estar allá, parte de una visión decimonónica de los museos, una visión vieja que no funciona ya”, le dijo a este medio un experto en artes.
En todo caso, la última palabra la tuvo el Ministerio de las Culturas, que rechazó la petición de la venta. De momento, las obras de Débora Arango seguirán en el Mamm. Todavía no se sabe si las directivas de la institución cultural elevarán el caso a instancias superiores. Mientras eso se dilucida, algo sí está confirmado: María Mercedes González dio un paso al costado. Aunque el comunicado de prensa en el que el museo informó de la decisión no menciona el affaire Débora —en la acepción de escándalo del galicismo, que quede claro—, no pocos opinadores han conectado los dos puntos.