Hasta hace pocos días, cuando se investigaba por internet las cifras de los hombres que han sobrevolado la cordillera Huayhuash, en los Andes del Perú, la búsqueda no reflejaba ningún resultado.
Pero por aquella belleza natural ubicada en Huaraz, en el departamento de Áncash, en la que se refleja el verde de las laderas, el resplandor de las montañas blancas, el azul de las lagunas dulces y donde algunas veces se puede apreciar el cóndor o el gorrión andino, un colombiano inscribió su nombre como el primero del mundo que consigue recorrer aquella majestuosidad de la naturaleza a través de su parapente.
Su nombre es Martín Mesa, campeón nacional de la especialidad que logró dicha hazaña en un lugar ubicado a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar y donde cientos de turistas acuden ya sea para disfrutar del panorama haciendo trekking, montañismo o escalada. Mesa consiguió dicha travesía en hike & fly, una actividad que combina el senderismo con el parapente.
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“No había evidencia física ni documental de que alguien hubiera volado allá antes, ni mucho menos en solitario, sobre todo por su inaccebilidad y condiciones climáticas adversas”, asegura el piloto, quien logró su objetivo luego de ocho días. Empezó el reto el 4 de julio y lo terminó el día 12, recorriendo por completo alrededor del macizo montañoso, con picos que superan los 6.000 metros de altura.
“Volé todas las caras de la cordillera, es decir, de sur a norte”, explicó el deportista.
El vuelo no solo requirió un dominio técnico absoluto, sino también una lectura precisa del clima y de las condiciones térmicas en una región donde los vientos son impredecibles y las zonas de aterrizaje extremadamente limitadas.
“Yo llevaba en el parapente solo lo necesario para sobrevivir uno o dos días”, cuenta. “Una manta térmica, snacks, sales hidratantes, impermeables, linterna, navaja, un filtro, un pitillo-filtro para poder beber agua de cualquier lado. Todo muy calculado”.
Aunque volaba en solitario, Martín no estaba completamente desconectado del mundo. Para hacer viable su osadía y garantizar seguridad, contrató a dos arrieros locales, Carlos y Abel, encargados de trasladar suministros que no podían ir en vuelo, como equipo de campamento y el powerbanks (cargadores de energía). Abel también era el cocinero.
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“Con los arrieros pactábamos puntos de encuentro. Les decía: tal día nos vemos en tal lugar. Yo tenía que llegar allá, ya fuera volando o caminando. Y si no lograba aterrizar cerca, me tocaba caminar mucho”, recuerda.