El futuro de la Iglesia católica reposaba en las manos de los 133 cardenales que eligieron desde el miércoles al sucesor del papa Francisco en un cónclave abierto, incierto y con pocos favoritos claros. Este jueves y tras cuatro votaciones, hubo humo blanco. El nuevo papa es el estadounidense Robert Prevost, de 69 años, y su nombre será León XIV.
Pero más allá de su pasaporte estadounidense, el nuevo pontífice trae consigo un fuerte vínculo con América Latina, especialmente con Perú, país donde vivió, se formó espiritualmente y adquirió la nacionalidad.
Prevost llegó al país andino como misionero agustino en 1985. Lo que empezó como una experiencia pastoral se transformó en una vida entregada al servicio de la Iglesia en tierra latinoamericana. Fue obispo de Chiclayo, en el norte peruano, y en 2015 se naturalizó peruano. Su elección al trono de San Pedro es, en muchos sentidos, también un reflejo del giro global y descentralizado que la Iglesia ha abrazado en las últimas décadas.
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Frente a los magníficos frescos del Miguel Ángel, los purpurados votaron “en presencia de Dios” bajo solemne silencio reunidos en la Capilla Sixtina.
Afuera, miles de fieles y curiosos rompieron en aplausos y vítores en el Vaticano al ver la esperada fumata blanca, que estuvo acompañada del redoble de las campanas de la basílica de San Pedro. Los llamados “príncipes de la Iglesia” necesitaron dos días para elegir al nuevo papa, al igual que en 2005, cuando escogieron a Benedicto XVI, y en 2013, con Francisco.
La mayoría de votos necesarios para ser elegidos estaba en 89, correspondientes a los dos tercios de los sufragios. En cada votación, los cardenales escribieron el nombre de su candidato, doblaron la papeleta y la dispusieron en un plato de plata, que se usa para depositarla en una urna ubicada precisamente a nivel de la imagen del Juicio Final. Las papeletas se quemaron en una estufa con ayuda de químicos para dar el color del escrutinio.
Antes del “extra omnes”, los cardenales juraron guardar secreto sobre el proceso y desempeñar “fielmente” el papel de pontífice si resultaba electo por “disposición divina”. El decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista Re, llamó en una misa previa al cónclave a “mantener la unidad de la Iglesia” de cara al momento “difícil, complejo y convulso” que enfrentará el futuro líder espiritual de 1.400 millones de católicos.
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Los cardenales que eligieron al sucesor del papa Francisco tenían una tarea más fácil que muchos de sus predecesores, que soportaron condiciones espartanas y a veces estuvieron encerrados tanto tiempo que algunos murieron. En el año 236, por ejemplo, la comunidad cristiana de Roma debatía sobre posibles candidatos a papa, cuando una paloma blanca se posó sobre la cabeza de un espectador, Fabián.
“En ese momento, todo el mundo, como movido por una única inspiración divina, clamó con entusiasmo y de todo corazón que Fabián era digno”, según Eusebio, un historiador de la Iglesia de la época. Pero esta bendición acabó mal. El emperador romano Decio lo persiguió y ejecutó 14 años después.
¿Quién es el papa León XIV?
Robert Francis Prevost Martínez, nativo de Chicago, se convirtió en 2023 en el prefecto del poderoso Dicasterio para los Obispos, encargado de nombrar a los mitrados de todo el mundo. Es el primer pontífice norteamericano de la Historia con el nombre de León XIV, anunció el Vaticano.
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Prevost fue misionero en Perú, de donde tiene también nacionalidad, y años después fue nombrado arzobispo-obispo emérito de Chiclayo, en el país andino. También es el presidente de la Pontificia Comisión para América Latina.
Los retos del sucesor de Francisco
La palabra “papa” viene del griego “pappas”, que significa “padre, patriarca”, y es por eso que los fieles lo llaman “Santo Padre”. Considerado como el sucesor de San Pedro, a quien Cristo le habría encargado que dirigiera la Iglesia, el papa es el guía espiritual de los más de 1.400 millones de católicos que hay en todo el mundo.
El papel del nuevo papa será preservar y enseñar la fe, interpretar el Evangelio y velar por la unidad de la Iglesia. El papa, además, tiene el estatus de jefe de Estado y dirige la Ciudad del Vaticano, un Estado independiente enclavado en Roma que es, además, el más pequeño del mundo, con 44 hectáreas.
Como jefe de Estado ejerce poderes absolutos (ejecutivo, legislativo, judicial). También recibe a los jefes de Estado y de Gobierno en el Vaticano. En esas reuniones a puerta cerrada, llamadas “audiencias privadas”, se habla sobre temas de actualidad o se informa sobre las posiciones de la Santa Sede, una entidad soberana en el derecho internacional.
Como próximo papa deberá limar, además, los roces entre las diferentes corrientes al interior de una Iglesia, donde cohabitan sensibilidades culturales muy diversas.
El 267º sucesor de San Pedro hereda una Iglesia de 1.400 millones de fieles cuya distribución geográfica es desigual, pues se encuentra en plena expansión en el hemisferio sur mientras declina de manera continua en Europa. A fines de 2023, la Iglesia tenía 406.996 sacerdotes en el mundo, una cifra 0,2% inferior a 2022. El número de sacerdotes aumenta en África y Asia, pero baja en las otras partes.
El nuevo papa tendrá que manejar esas diversas dinámicas para relanzar la frecuentación de las iglesias y las vocaciones, pero también enfrentar la competencia de la Iglesia evangélica, especialmente en África.
Francisco reformó profundamente el manejo de las finanzas de la Santa Sede, que no obstante enfrenta un déficit presupuestario crónico y una disminución de las donaciones de los fieles. Los escándalos de malversaciones además han afectado su imagen, incluso durante el pontificado de Francisco.
Su sucesor, ahora, deberá enfrentará numerosos desafíos internos, como la pederastia en la Iglesia, la crisis de vocaciones y el papel de las mujeres, y externos, como los conflictos, el auge de gobiernos populistas y la crisis climática.
Así fue la elección
El secretismo envolvió este secular rito que se desarrolló a puerta cerrada en la Capilla Sixtina y era objeto de especulaciones sobre las “intrigas cardenalicias”. Esta sala decorada de frescos no es un espacio para discursos, debates y negociaciones. Los intercambios se daban durante las comidas o reuniones en la residencia Santa Marta y otras dependencias vaticanas.
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Muestra de la solemnidad y complejidad de la elección, los cardenales escriben el nombre de su candidato, doblan su papeleta y la colocan en un plato de plata, como se dijo, ante el fresco del Juicio Final de Miguel Ángel. La Capilla Sixtina fue acondicionada con varias hileras de mesones con telas marrones y rojas, sobre las cuales estaba el nombre de cada elector.
La elección ya preveía más negociaciones y varias votaciones para llegar a un nombre de consenso entre los “bergoglistas” de Francisco y el ala más conservadora que criticó mucho el pontificado reformista del primer papa latinoamericano, enfocado en los pobres.
Ante la expectativa, unas 50.000 personas presenciaron la primera fumata negra el miércoles por la noche (hora de Roma) desde la plaza de San Pedro y sus alrededores. El primer escrutinio se conoció tres horas y cuarto después del “extra omnes”, la orden de “todos fuera” para que los “príncipes de la Iglesia” se encierren y den inicio a este ritual que data de la Edad Media.
La fumata negra del miércoles estuvo precedida por la confusión en la plaza de San Pedro, cuando las pantallas que proyectaban la imagen de la chimenea se fueron a negro antes del esperado momento. Y el anochecer volvió complicado distinguir el color del humo en un primer momento.
Sin embargo, un espeso humo negro surgió nuevamente esta mañana de la chimenea instalada en el tejado de la Capilla Sixtina, señal de que los 133 cardenales encerrados en su interior fracasaron de nuevo en su misión de escoger a un nuevo papa.
Las más de 15.000 personas congregadas hacia el mediodía en la plaza vaticana de San Pedro, en un día de soleada primavera, acogieron entre aplausos y decepción la segunda fumata negra, después de la que se elevó la víspera sobre el cielo de la Ciudad Eterna.
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Los dos últimos cónclaves, que llevaron a la elección de Benedicto XVI en 2005 y al primer papa latinoamericano en 2013, se resolvieron en solo dos días, con 4 y 5 rondas de votación respectivamente. En los diez cónclaves anteriores, correspondientes a los de los siglos XX y XXI, ninguno se resolvió el primer día. Todos necesitaron entre 2 y 5 días y hasta 14 votaciones. El último cónclave largo fue en 1831, cuando se necesitaron más de 50 días para escoger a Gregorio XVI. Desde entonces, han durado menos de una semana.
Pero la decisión de los purpurados esta vez, guiados según la tradición por el Espíritu Santo e incomunicados tras la muerte de Francisco el pasado 21 de abril, parecía más complicada. El pontificado reformista de Jorge Mario Bergoglio generó fuertes divisiones en el seno de la Iglesia. Las casas de apuestas ponían por su parte en cabeza al italiano Pietro Parolin, quien fuera mano derecha del papa argentino durante su pontificado, seguido del cardenal filipino Luis Antonio Tagle.
Progresista, conservador, dogmático... El perfil del próximo pontífice estaba en elaboración, aunque expertos y cardenales coincidían en que no sería un revolucionario como el argentino Bergoglio, que planteó un pontificado de reformas, enfocado en los pobres y en las periferias del mundo.
Una elección sin favoritos claros
El primer pontífice latinoamericano fue muy popular, pero al mismo tiempo enfrentó resistencias dentro de la Iglesia. Los 133 cardenales menores de 80 años que votaron por su sucesor se encerraron desde el 7 de mayo en la Capilla Sixtina, sin contacto con el mundo exterior hasta elegir al nuevo papa: sin teléfonos, internet, televisión, prensa.
Y decenas de miles de personas en la plaza San Pedro y millones por televisión mantenían la mirada fija en la pequeña chimenea instalada en el techo del majestuoso edificio a la espera de noticias.
Humo negro, sin consenso, hubo el primer día de votación; humo blanco, “Habemus papam”, se anunció este jueves desde el balcón de la logia del templo.
El Vaticano finiquitó los detalles de esta elección, que se remonta a la Edad Media, en la que los llamados “príncipes de la Iglesia” celebran cuatro votaciones diarias: dos por la mañana y dos por la tarde, salvo el primer día que solo se hizo una.
Los cardenales electores se alojaron en la residencia de Santa Marta, construida bajo el pontificado de Juan Pablo II, justo detrás de la basílica. Anteriormente, los cardenales se hospedaban en unas incómodas e improvisadas habitaciones del Palacio Apostólico. En esta residencia, que también incluye una capilla, cada cardenal tiene una habitación y servicios propios de un establecimiento hotelero, como comidas y lavandería.
Cada mañana, los cardenales abandonaban la residencia e iban a pie o en minibús hasta la Capilla Sixtina, a 500 metros.
De los italianos Pietro Parolin y Pierbattista Pizzaballa al maltés Mario Grech, del arzobispo de Marsella Jean-Marc Aveline al filipino Luis Antonio Tagle, varios nombres emergieron como papables, aunque famoso es el dicho en Roma de que “quien entra papa al cónclave sale cardenal”. No hubo candidatos oficiales, aunque sí millones de euros apostados en casas de apuestas.
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Francisco, con un pontificado enfocado en los más pobres y marginados que despertó una devoción ferviente, creó la mayoría de los cardenales que votaron a su sucesor, muchos vienen la “periferia” del mundo, lejos de Europa e históricamente marginada por la Iglesia en Roma. Por eso, este cónclave fue el más internacional de la historia, con representantes de 70 países de los cinco continentes.
Así funciona el cónclave
En los primeros tiempos de la Iglesia, el clero y la nobleza romana escogían a los papas, pero a menudo las votaciones estaban amañadas. Una de las elecciones más infames tuvo lugar en 532, tras la muerte de Bonifacio II, con “sobornos a gran escala de funcionarios reales y senadores influyentes”, escribe P.G. Maxwell-Stuart, en “Chronicle of the Popes” (“Crónica de los papas”).
Al final, el escogido fue un sacerdote ordinario, Mercurio, quien fue el primer papa en cambiar su nombre de nacimiento por el de Juan II. En 1059, Nicolás II dio a los cardenales el poder exclusivo de escoger al pontífice.
La idea de encerrar a los cardenales para acelerar la elección remonta al siglo XIII. La palabra cónclave proviene de la expresión en latín “cum clave”, que se significa “bajo llave”. En 1241, visto que la elección se alargaba, el jefe del gobierno de Roma encerró a los cardenales en un edificio en ruinas y se negó a limpiar los lavabos o permitir que los médicos atendiesen a los enfermos.
Según cuenta Frederic Baumgartner en su “A History of the Papal Elections” (“Historia de las elecciones papales”), los cardenales solo llegaron a una decisión cuando uno de ellos murió y los romanos amenazaron con exhumar su cadáver. Después de 70 días, se pusieron de acuerdo y Goffredo Castiglioni se convirtió en Celestino IV.
Cercano a los fieles, el argentino Francisco rompió con singular estilo los códigos, lo que lo llevó a no aceptar los apartamentos pontificios para irse a vivir en la sobria residencia Santa Marta, circular en un simple Fiat 500, responder a las cartas de los fieles o aceptar el mate -bebida amarga tradicional de Argentina, especialmente- que le ofrecían los peregrinos durante las grandes congregaciones.
Pero también era criticado por su forma muy personal de gobernar, a veces considerada autoritaria, y su modo de comunicación excepcional: hablaba mucho en público sobre diversos temas, preocupando a veces a los diplomáticos de la Santa Sede.
El próximo papa tendrá que tener éxito en mostrarse cercano a los fieles sin dar la impresión de “imitar” a Jorge Mario Bergoglio, y deberá hallar una nueva vía para imprimir su propio estilo.