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Casa, Carro y Beca

El veredicto de la JEP estaba cantado. Desde las negociaciones de La Habana se sabía para dónde iba la cacareada justicia transicional.

hace 4 horas
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  • Casa, Carro y Beca

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

Como en la leyenda del parto de los montes, la Jurisdicción Especial para la Paz —JEP—, después de ocho años de cavilar, parió un ratoncito, alumbrado por el débil farol del proceso de paz santista. Dictó una sentencia “condenatoria” contra las cabezas de las Farc que llenaron de dolor y sangre a más de 20 mil víctimas, entre ellas las que durante muchos años tuvieron en cautiverio. Ese veredicto para un país que sobreagua en medio de la impunidad y desconsuelo, se constituye en una burla a los miles de víctimas que padecieron las atrocidades. Un fallo que supuestamente va contra quienes cometieron crímenes de lesa humanidad y de guerra: secuestros, violaciones y abortos, desaparición forzada, torturas, desplazamientos.

La JEP ni siquiera consideró suspenderles los derechos políticos a los comandantes de esa guerrilla, que siguen riendo tranquilos en un país que tiene como fuerte la impunidad. Ninguno de los autores de esos crímenes pagará pena de cárcel intramural. Su máxima sanción consistirá, dentro de amplias zonas veredales, sembrar papas, yucas, rábanos, productos que no están ahora en sus exigentes dietas de congresistas de Colombia. Y, además, el Estado tendrá la obligación de pagarles la ropa, la comida y aumentarles sus esquemas de seguridad con las tan apetecidas camionetas blindadas. ¿Por qué no les enciman casa y beca?

En contraste, sus víctimas seguirán arrastrando su dolor y su tragedia. Quizás, en lo más profundo de la conciencia del expresidente Juan Manuel Santos, podría haber un sentimiento de vergüenza, como el gran autor de esta burla a un país impotente ante los efectos del fallo. Su cinismo llegó a tal desvergüenza que, al comentarlo, dijo que su proceso habanero estaba justificado en el hecho de haber sacrificado parte de la justicia por la conquista de la paz. ¿Cuál paz, en un país que arde por sus cuatros costados, con más de 11.000 alzados en armas?

El veredicto de la JEP estaba cantado. Desde las negociaciones de La Habana se sabía para dónde iba la cacareada justicia transicional. Santos buscaba a toda costa el premio Nobel de la Paz, y los negociadores de la guerrilla habían adivinado su empeño. Y lo explotaron. Además, conocían que eran más hábiles con su dialéctica guerrillera que los representantes del Gobierno con su cerebro infectado de tratados de teorías estrambóticas. Y más tarde, cuando el plebiscito ya había negado por mayorías lo que en Cuba se había firmado como compendio de gabelas dadas a los subversivos, quienes representaban a los ganadores cayeron en las trampas urdidas en las penumbras por los perdedores en las urnas.

Así que ahora el fallo de la JEP poco sorprende. Tenía que reconfirmar los privilegios que el acuerdo santista obsequió a los sediciosos que hoy sonríen desde las curules que se les regaló en el Congreso. Un Acuerdo que, dentro de una estricta relación costo/beneficio nacional, le causó desmedro a la verdad y a la reparación, y poco aportó a la justicia. Las víctimas seguirán alucinando con los grilletes y cadenas con que estuvieron amarrados a los troncos de los árboles en las profundidades de la selva.

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