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Por Beatriz de Majo - beatrizdemajo@gmail.com
La sucesión de Xi Jinping en China no es un tema de actualidad ni reviste urgencia. Se le percibe cómodo en el cargo, aunque desde inicios del verano hay signos de intranquilidad en su entorno a causa de lo que algunos califican como “debilitamiento” de imagen.
A los 72 años su salud luce notoriamente buena. De no intervenir un evento inesperado, el timonel debería permanecer en su cargo por un término más, es decir, hasta 2032.
Superar los logros de su gestión y mantener la estabilidad que Xi consiguió imprimirle al país no será una tarea sencilla. Será imperativo que quien lo suceda siga su orientación y su garra sólida en lo doméstico. Hace más de una década que la política del gigante de Asia la ha marcado solo este individuo.
La publicación Foreign Affairs, en artículo de Tyler Jost y Daniel C. Mattingly, define con pocas y acertadas palabras su gestión: “Desde que Xi asumió el liderazgo del Partido Comunista en 2012 se convirtió en un poderoso jefe de orquesta: reorganizó a la élite del PC a través de una purga orquestada en torno a la corrupción; reestructuró a la sociedad y eliminó el disenso; transformó, organizó y modernizó lo militar y vigorizó el rol desempeñado por el Estado en la economía”.
Habría que agregar que, en la arena internacional, el vacío que dejará la sucesión de este líder también será un reto. Es lógico anticipar que, en lo sucesivo, la actuación de su relevo deberá estar signada por su determinación de reconfigurar un orden mundial sin la preeminencia exclusiva de Occidente.
Lo que es claro es que Xi se empeñará en que la agenda política de quien lo suceda sea una continuación. Analistas de su desempeño piensan que, al igual que Mao Tse-Tung y Deng Xiaoping, el patrón de comportamiento que seguirá Xi será seleccionar él su sucesor. La disyuntiva no será únicamente detectar a un político inclinado a una mayor o menor liberalidad o mayor o menor totalitarismo. Xi tiene frente el delicado reto que consiste en ir definiendo una figura o un conjunto de candidatos plausibles, capaces de abrazar su orientación, pero sin que puedan ser cuestionados por el estamento militar.
El escenario del futuro es una globalidad tensionada y convulsa. Tendrá mucho peso la presencia en armas y en seguridad que China ejerza dentro de la geografía que la circunda, Taiwán incluido. Cada día será más contundente la influencia que ejercerá lo militar en la selección de su sucesión. Lo mismo es válido para quienes anticipan que las nuevas generaciones expuestas a lo global exigirán más reconocimiento y mayores libertades.
Xi tiene incentivos para no designar públicamente un sucesor en corto plazo. Anunciar un heredero debilita su posición, puede crear rivalidades anticipadas y dar margen a conspiraciones. Lo que no descuida es mantener un control sobre el Ejército Popular de Liberación. Su supervisión la ejerce la Comisión Militar Central del PC y la cabeza de este órgano ya ha sido producto de su selección.
En la estrategia de producir sucesores leales hay mucho que esperar: purgas, limpiezas ideológicas, y colocación de leales en posiciones críticas son acciones que deben estar en marcha.