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Lo que encarna Daniel Quintero

El político del espectáculo necesita un conflicto nuevo cada semana, una pelea que lo mantenga en tendencia, un enemigo que tape sus errores.

hace 3 horas
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  • Lo que encarna Daniel Quintero

Por Diego Santos - @diegoasantos

Me preguntan por qué Daniel Quintero es el designado de Gustavo Petro para sucederle y por qué no le pasa factura la cadena de escándalos de corrupción que lo rodea, pese a las pruebas tan contundentes en su contra.

Simple. Quintero responde al perfil del político del espectáculo de manera ejemplar. Pocos como él en Colombia –no es el único– encarnan a la perfección esa suerte de bufón que tanto capta la atención de la ciudadanía y que, en muchos casos, resulta en un apoyo popular masivo ante el hartazgo de la gente ante lo mismo de siempre.

Vivimos en la era del espectáculo desatado. No la inventó la televisión ni las redes: solo la perfeccionaron. El poder ahora se gana a punta de cámaras, de frases virales y de enemigos inventados. El político moderno no necesita construir, solo actuar. Y Quintero es un actorazo.

Este es el drama al que está abocado Colombia: políticos que antes aspiraban a ser estadistas, ahora se esfuerzan por ser influencers, por tener jingles populares y comportarse como faranduleros. En este nuevo ecosistema, los principios importan menos que el rating. Las obras públicas se anuncian antes de iniciarse, las crisis se gestionan con hashtags, y la indignación se convierte en una herramienta de mercadeo. La política dejó de ser un servicio para convertirse en un espectáculo continuo, en el que la ética es un accesorio no solo descartable, sino tóxico.

Quintero se ha presentado como víctima del “sistema”, construye su discurso sobre la rabia de los ciudadanos y ha usado su poder no para administrar, sino para amplificar su personaje. Se viste de rebelde, pero se alimenta de las mismas prácticas que dice combatir. En su lógica, el Estado es una tarima y la opinión pública, una audiencia cautiva.

Esto no sería más que una anécdota pasajera si no fuese porque se está vaciando el sentido del servicio público. Gobernar está dejando de ser un acto de responsabilidad para convertirse en un reality show.

El político del espectáculo necesita un conflicto nuevo cada semana, una pelea que lo mantenga en tendencia, un enemigo que tape sus errores. Así, la polarización se convierte en su oxígeno y la ética en su víctima.

Colombia, tan necesitada de instituciones fuertes, se ha venido convirtiendo en rehén de personalismos. El país se gobierna a golpe de posts, los presupuestos se usan como plataformas de propaganda, y el liderazgo se mide en visualizaciones. Ya no se quiere gobernar para transformar, sino para protagonizar.

Detrás de la sonrisa de Quintero, quien dice “representar al pueblo”, hay una peligrosa convicción: el fin justifica los medios, el poder es un trofeo, no un servicio. Quintero, de ser presidente, acabará con la democracia.

Colombia necesita políticos que vuelvan a hablar de mérito, de resultados, de decencia, de verdad. Que entiendan que el poder no es un espejo, sino una carga. Porque si seguimos confundiendo liderazgo con espectáculo, un día despertaremos con la peor de las herencias: un país entretenido, pero ingobernable.

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