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Por Federico Arango Toro - @fedearto

La Nobel de Paz, frente a nuestro circo electoral

hace 13 horas
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  • La Nobel de Paz, frente a nuestro circo electoral

Por Federico Arango Toro - @fedearto

El reciente Premio Nobel de Paz, en esta ocasión sí otorgado con méritos y máxima justicia a María Corina Machado, no como otro caído por estas latitudes, y las palabras pronunciadas en la ceremonia de entrega, deben servirnos para reflexionar sobre lo verdaderamente valioso que está en juego en la contienda electoral que atravesamos.

Dijo María Corina, en discurso leído por su hija Ana Corina, que “incluso la democracia más fuerte se debilita cuando sus ciudadanos olvidan que la libertad no es algo que debamos esperar, sino algo a lo que debemos dar vida. Es una decisión personal, consciente, cuya práctica cotidiana moldea una ética ciudadana que debe renovarse cada día”. Y más adelante, agregó: “Cuando comprendimos cuán frágiles se habían vuelto nuestras instituciones, ya era tarde”.

Qué bien aplican sus palabras a nuestra preocupante realidad actual. En Colombia hablamos de democracia con inquietante ligereza, usándola como comodín moral para justificar cualquier causa, entre ellas, las ambiciones personales que acompañan a decenas de candidatos con bajísimos puntajes en encuestas, pero poseedores de egos que parecieran reflejarse en espejos de aumento.

Debemos volver a lo esencial antes de que sea tarde como le ocurrió a Venezuela, reflexionando sobre qué es democracia y qué tanto de ella nos queda. Democracia no es la simple mecánica electoral que hoy, sin pudor alguno nos presentan los candidatos copando hasta el hastío la discusión pública -que no política-, sino la apropiación que los ciudadanos hagamos de que el poder nos pertenece y solo es legítimo si emana de nuestro consentimiento auténtico e ilustrado. Sin este trasfondo ético, la democracia queda en un ritual vacuo. ¿De cuál extremo estamos hoy más cerca?

Esencial también, y aún más, es diferenciar entre democracia y república, que no son lo mismo; la primera responde a quién manda y la segunda a cómo y para qué se gobierna. Una democracia sin espíritu republicano fácilmente degenera en populismo, en tanto que una república sin democracia se convierte en dictadura. Las democracias sanas combinan ambas dimensiones; las frágiles, como la nuestra, por incapacidad política comprobada de decenas de candidatos, aunque con notables y bien honrosas excepciones, terminan enfrentándolas, aun sin ser conscientes del daño que causan.

Temas como estos, propios del apogeo del debate político para ilustrar a votantes y marcar diferencias entre candidatos, deben volver a ser práctica corriente, como lo fueron en un pasado no muy lejano, siendo la única manera de reeditar y apropiarnos de la ética ciudadana a la que se refiere la Premio Nobel.

Y hablando de ética, bien vale escrutarla en los comportamientos de los candidatos para descifrar sus auténticas motivaciones en cuanto a si tratan de servir o servirse de nuestra democracia. Mucho podrá inferirse de la lógica de sus argumentos cuando defienden posiciones personales de mecánica política.

Recientemente escuchamos algunos de ellos, con bajísimas favorabilidades en las encuestas, tratando de justificar con rebuscados argumentos su no concurrencia a consultas interpartidistas que permitan consolidar un frente amplio para oponer al candidato continuista de extrema izquierda. Prevalecen sus egos, no importándoles los riesgos en que ponen nuestra democracia y el futuro como país libre. El costo colectivo de su irresponsabilidad y ambición es enorme.

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Por Federico Arango Toro - @fedearto

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