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Latas

Pocos días después la mamá consiguió un buen trabajo. Todo mejoró, la vida le cambió y ella, con la voluntad de quien alguna vez caminó las calles de sol a sol, avanzó por otros caminos.

hace 6 horas
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  • Latas

Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

Por las casi 200 latas que recolectó en las canecas y la basura desde la madrugada, le dieron 12 mil pesos. Ya era de noche. Los pies ardían. Las manos tenían cientos de rasguños. Apretó la plata, mientras se sentó a llorar en el andén. Tenía 16 años en ese momento. Una hermana menor, aún de brazos, y una mamá desempleada.

Recolectar latas no es fácil y no son bien pagas. Completar lo que hacía falta para que no las sacarán de la casa en la comuna, necesitaría una vida entera, o casi 7.000 latas, que le parecía lo mismo. Solo tenía un par de semanas para reunir lo necesario.

El depósito de reciclaje lo atendía una mujer adulta. Su visión se había ido gastando viendo los pesos de la báscula. Pesaba el material, hacía las cuentas y pagaba. Era más de números que de palabras. No sonreía, no hacía conversación, no negociaba. Aún así, era la más recomendada de todo el sector.

Día tras día, allá llegó la adolescente con nuevas cargas de latas y cosas que había aprendido que también tenían valor. No dejaba de sorprenderle que en ocasiones con menos que vender, le pagaba más. Llegó a decírselo, creyendo que era un error, pero la respuesta fue que le dejara eso a ella, quien era la que sabía de precios. Nadie se lo discutía. Y la fila de jóvenes, era cada vez más larga. A todo lo que traían, siempre les sumaba un supuesto valor “extra”. Entre ellos no se hablaba del tema, pero todos sabían la razón.

Disimulando el llanto, un día llegó la joven con un par de aretes y una cadena de oro de su mamá. Las únicas joyas que había tenido, herencia de tiempos mejores. La doña del depósito le preguntó si eran robadas. Solo le bastó el “no” como respuesta que el llanto de la adolescente le permitió escuchar. Mientras le recibía un fajo de billetes que superaba un mes de arriendo y el mercado para 30 días, le escuchó decir que era muy de buenas que ese día el oro estaba carísimo.

Pocos días después la mamá consiguió un buen trabajo. Todo mejoró, la vida le cambió y ella, con la voluntad de quien alguna vez caminó las calles de sol a sol, avanzó por otros caminos. Un día decidió visitar el depósito. Habían pasado 12 años y la escena estaba intacta, salvo la Doña, a quien los años ya parecían pesarle. Al entrar y estar frente a ella, le recordó que cuando era muy joven le ayudó con un “extra” en cada carga que la había salvado. “La báscula es vieja, a veces se equivoca” le respondió la señora.

Hay errores que son lo más honesto que se puede hacer por alguien. Son aquellos que impiden que se hunda un poco más. No buscan gratitud, tampoco exponer a quien beneficia, ni hacerlo sentir en deuda. Son errores intencionados que piden ser recibidos sin preguntas, sin esperar explicaciones. Hay mucha humanidad en brindar, pero sobre todo, mucha sensibilidad en el alma cuando se convierte en un gesto invisible al ego, y quien necesita ayuda, se siente afortunado por recibirla y no digno de lástima.

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