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Por Lina Valderrama - Comunicaciones.wic@womeninconnection.co
Visitaba un ingenio azucarero y, de repente, entre los extensos cañaduzales orgánicos, vi algo que no me esperaba: varias ovejas pastando tentre las cañas. ¿Tantas Ovejas en un cultivo de caña?, le pregunté a Brigitte, la pastora encargada.
Se sonrió, se apoyó en su bastón y me explicó: “Ellas limpian las arvenses sin dañar la caña. Es más eficiente que cualquier herbicida”. Mientras contaba, noté algo fascinante: Brigitte nunca se paraba adelante gritándoles a las ovejas. Caminaba detrás, las guiaba con silbidos suaves, empujaba gentilmente a las rezagadas. “El secreto”, me dijo, “es que ellas sientan que van por su propia voluntad, pero yo las llevo donde necesitan estar”.
Recordé a Nelson Mandela cuando decía que un líder es como un pastor: se queda detrás del rebaño, dejando que los más ágiles vayan adelante. Mandela no gritaba desde tarimas, construía desde atrás. Unió a Sudáfrica en lugar de dividirla.
Brigitte me enseñó algo más. “Si tengo pasto para 200 ovejas, no puedo pretender alimentar 300. Si me paso, el ganado se queda sin los nutrientes necesarios y puede morir de hambre. Si me quedo corta, desperdicio recursos”. Esa sabiduría campesina es exactamente lo que significa la regla fiscal de Colombia, pero explicado desde la finca.
Imagínate que el país es como el rebaño de Brigitte. Colombia recibe ingresos cada año (impuestos, petróleo, exportaciones) y debe cubrir gastos (hospitales, colegios, carreteras). La regla fiscal establece un límite al déficit fiscal como porcentaje del PIB, no gastar más de lo que recibimos. Es como Brigitte calculando cuántas ovejas puede sostener sin arruinar el pasto para el año siguiente.
Los países que no siguen esta regla pierden credibilidad ante los mercados internacionales, sus tasas de interés suben y terminan pagando más por sus deudas, como cuando un ganadero irresponsable pierde la confianza de sus proveedores. Muchos países siguen la sabiduría de Brigitte: mantienen el equilibrio entre gastos e ingresos, y por eso tienen menos inflación y más estabilidad.
Lo impresionante era ver cómo la tradición pastoril se unía con la agricultura moderna. Las ovejas reemplazaban químicos, los agrónomos trabajaban con los pastores, la ciencia se aliaba con la sabiduría campesina.
“Hace unos años nadie creía que esto funcionaría”, contó Brigitte. Cuando nos sentamos a hablar, descubrimos que podíamos complementarnos”.
Esa es la Colombia que necesitamos. Israel logró lo mismo: científicos y campesinos trabajando juntos convirtieron el desierto en potencia agrícola. Sus exportaciones pasaron de US$500 millones en 1990 a más de 2.500 millones hoy. Holanda, más pequeña que Antioquia, es el segundo exportador mundial de alimentos porque sus universidades trabajan con sus agricultores, no separados.
En Colombia el potencial para cultivar es de 39,2 millones de hectáreas, sin embargo, en 2021 se registraron solo 5,3 millones de hectáreas sembradas, tenemos alrededor del 20% de especies de plantas del mundo, pero seguimos separando el campo de la ciencia.
Necesitamos más líderes como Brigitte: que unan en lugar de dividir, hagan un juicioso presupuesto de los recursos, que construyan puentes entre el campo y la ciudad. Líderes que entiendan que su éxito se mide por el éxito de todo el rebaño.