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Miguel Uribe: el país que aún soñamos

hace 4 horas
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  • Miguel Uribe: el país que aún soñamos

Por Luis Diego Monsalve - @ldmonsalve

Hace un par de meses, en un evento de egresados de Harvard y MIT, escuchamos a Miguel Uribe exponer sus ideas sobre el futuro de Colombia. Hizo una presentación clara, seria y llena de convicción. A pesar de su juventud, demostraba preparación, visión y una comprensión profunda de los problemas del país. Al final, conversamos brevemente. Yo ya lo conocía desde hacía un par de años; mi hijo mayor lo conoció ese día.

Pocas horas después, Miguel sería víctima de un atentado que lo dejó entre la vida y la muerte. Al comenzar esta semana recibimos la dolorosa noticia de que no logró superar sus heridas. Con ella vuelve a mi mente esa mañana en la que lo vimos lleno de vida, hablando de reconciliación, desarrollo y oportunidades. Es imposible no sentir una mezcla de tristeza y rabia: tristeza por la pérdida de un colombiano valioso, y rabia porque la violencia siga arrebatando voces que quieren construir.

Miguel creía en un país donde el debate no se resolviera con insultos ni balas, sino con argumentos. En medio de un ambiente político marcado por la polarización, alimentado incluso desde el propio gobierno, buscaba tender puentes. Esa actitud —tan escasa y tan necesaria— es quizá uno de los mayores legados que deja a quienes tuvimos la oportunidad de escucharlo y conocerlo.

No es fácil hablar de esperanza en días como estos. Pero precisamente por eso es cuando más la necesitamos. La Colombia que Miguel soñaba, y que muchos soñamos, no es una utopía inalcanzable: es un país donde las diferencias se discuten, no se eliminan; donde el adversario político no se convierte en enemigo personal; donde la justicia no es usada como herramienta de revancha, y donde la política vuelve a ser un medio para servir, no un fin para escalar odios.

La violencia política nos recuerda las décadas más oscuras de nuestra historia. Yo las viví en los 80 y 90, cuando los asesinatos y atentados eran noticia diaria. Creímos haber superado esa etapa, pero hechos como el que hoy lamentamos muestran que las raíces de esa violencia no han desaparecido. Para quienes no vivieron esos años, como mis hijos, es un impacto enorme descubrir que el país aún puede ser escenario de estos actos de barbarie.

Sin embargo, también sé que Colombia ha tenido la capacidad de levantarse de momentos terribles. Hemos sobrevivido a guerras, crisis económicas y rupturas sociales. Cada vez que hemos tocado fondo, han surgido liderazgos que nos han permitido reconstruir. Ese espíritu sigue vivo y es el que debemos alimentar.

Que el recuerdo de Miguel no se reduzca a un homenaje de ocasión. Que su ejemplo de trabajo y respeto por las ideas sirva para que los líderes —presentes y futuros— entiendan que el poder sin propósito es vacío, y que la grandeza de un país se mide por la altura de su diálogo y la nobleza de sus metas.

Colombia no puede seguir atrapada en la lógica de que la política es un campo de batalla donde se destruye al que piensa diferente. Necesitamos líderes que, como Miguel, se atrevan a soñar un país mejor y a trabajar para hacerlo posible. Y necesitamos ciudadanos que exijan propuestas, respeto y soluciones, no discursos incendiarios ni promesas imposibles.

Hoy despedimos a Miguel Uribe, pero no debemos despedir el país que él quería. Nos corresponde a nosotros, los que seguimos aquí, mantener viva esa visión y demostrar que, incluso en medio de la tristeza, podemos elegir el camino de la esperanza. Que su partida no sea solo una pérdida, sino un llamado a no claudicar en la tarea de construir una Colombia donde los sueños no mueran a manos de la violencia.

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