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Un señor llamado Miguel

Hay herencias que no se transmiten como bienes materiales, sino como corrientes invisibles que sostienen, orientan y dan sentido a la vida.

hace 5 horas
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  • Un señor llamado Miguel
  • Un señor llamado Miguel

Por María Clara Posada Caicedo - @MaclaPosada

Nicolás Gómez Dávila, con su ironía cortante, escribió que “el libre desarrollo de la personalidad es una idea interesante... hasta que uno conoce a alguien que la desarrolló libremente”. Más allá del sarcasmo, la frase encierra una verdad incómoda: el carácter sólido no brota de la nada. Es fruto de lo que él llamó el “esfuerzo civilizador”: una obra paciente de formación y encauzamiento, donde las vocaciones no solo se descubren, sino que se cultivan con la disciplina de quien planta un árbol para que otro, muchos años después, disfrute de su sombra.

Ese principio tuvo en Miguel Uribe Turbay uno de sus ejemplos más claros. La vida le arrebató temprano a su madre, víctima del narcoterrorismo, pero le dejó la guía firme de su padre, el Señor Miguel Uribe Londoño. Hombre de carácter recio, de ideas claras y sentido práctico, con un repentismo cautivador, humor agudo y una cultura vasta, que entendió que formar a un hijo no se logra con discursos grandilocuentes, sino con la fuerza tranquila del ejemplo cotidiano: cumplir la palabra, asumir responsabilidades, sobreponerse al dolor, enfrentar las consecuencias sin buscar atajos ni culpas ajenas.

Gómez Dávila también decía que “las cosas importantes se transmiten en silencio”. Así ocurrió aquí. No hubo sermones interminables, sino gestos concretos que se repetían como un latido: la generosidad ejercida sin publicidad, la rectitud que no admite excepciones, la lealtad que no se negocia, la gratitud que reconoce la huella de quienes nos precedieron. En ese silencio fértil, día tras día, se sembraron las virtudes que no se improvisan: disciplina frente a la pereza, entereza ante el dolor, coraje para ir contra la corriente, coherencia como garantía, y convicción para defender lo justo, aun cuando costara caro.

Esas cosas que coinciden naturalmente con la herencia más auténtica de Antioquia: la palabra empeñada como contrato sagrado, la austeridad que no es pobreza sino orgullo, la determinación como motor de progreso, la lealtad que no calcula conveniencias y el trabajo bien hecho como deber moral. Esa escuela no blindó a Miguel de la tristeza, pero le dio herramientas para transformarla en energía creadora; no lo apartó de las dificultades, pero lo preparó para enfrentarlas con temple y dignidad.

En Miguel Uribe Turbay, esa formación encontró un terreno fértil. Fue, sin duda, el mejor político de nuestra generación, joven pero con la madurez de un estadista, combativo pero respetuoso, fiel a sus causas y leal a sus mentores, visionario sin perder la sensatez. Y, sobre todo, fue un gran ser humano: amigo leal, padre devoto, esposo comprometido, hijo ejemplar. Un Señor, en el sentido más pleno del término, que ennoblecía la política en un tiempo que parece empeñado en degradarla.

Su legado, que trasciende la biografía y se instala desde ya en nuestra memoria colectiva, tiene un origen claro: la escuela silenciosa de su padre, un Señor llamado Miguel Uribe Londoño. Porque hay herencias que no se transmiten como bienes materiales, sino como corrientes invisibles que sostienen, orientan y dan sentido a la vida.

Ese legado, tejido con paciencia y visión de futuro, hoy se refleja como una de las raíces más firmes de su historia en Alejandro, quien crecerá con el privilegio de ser moldeado por el mismo ejemplo. Porque hay hombres cuya vida es un puente entre generaciones y Miguel Uribe Londoño es eso: Un Señor que entendió que educar es, en el fondo, un acto de amor previsor que construye el futuro, de muchos, tiempo antes de que llegue..

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