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No hay nada más mágico que tomar un disco de vinilo, revisar su empaque, su portada y las canciones. Sacar la pasta, disfrutarla al tacto, verla brillar, limpiarla, ponerla en un tornamesa, seleccionar el surco inicial. Lado A, canción uno. Darle play y ver el disco dar vueltas, ver la música girar.
Ese acto mágico regresó, por fortuna, a nuestras vidas. Cada vez es más usual encontrar de nuevo en las familias colombianas un tornamesa con discos de vinilo. Esa tradición era necesaria en cada hogar hace cuarenta-cincuenta años, tanto así, que los discos casi que hacían parte de la canasta familiar. Por eso el éxito de las empresas discográficas en esa era dorada de la música, donde se compraba, se disfrutaba la obra entera, en familia.
La digitalización llegó con la rapidez, con la falta de atención y eso, nos hizo perder de música increíble, nos dejó relegados al conteo de minutos y a los llamados sencillos, que en mi concepto, es uno de los fenómenos “perezosos” que le ha hecho más daño a la industria sonora en el mundo. En nuestro país es incluso una de las causantes del poco público consumidor con argumentos.
Los sencillos consolidaron un fenómeno al que podríamos llamar: música líquida. Esa música que llega, se presenta ante la industria y no tiene una durabilidad ni una penetración fuerte para que se sostenga en el tiempo y en la memoria colectiva.
En la industria musical mundial, se publican aproximadamente 120.000 canciones nuevas cada día, es decir, más de cuatro canciones cada segundo. Esta cifra incluye todas las canciones que se suben a plataformas de streaming como Spotify, Apple Music, entre otras. La facilidad para grabar y publicar música en la era digital ha contribuido a este alto volumen de lanzamientos.
Es importante destacar que esta cifra se refiere a canciones subidas a plataformas digitales y no necesariamente a canciones que obtienen éxito comercial o alcanzan gran popularidad. La industria musical ha experimentado un cambio significativo con la proliferación de plataformas de streaming, donde los artistas pueden publicar su música directamente, sin necesidad de un contrato discográfico tradicional.
Pero con todo esto, y volviendo a mi tesis romántica sobre los discos de vinilo, quiero ir a un punto específico. Cuando se publican sencillos y consumimos la música de esta manera, nos estamos perdiendo del concepto de obra de arte. Estamos escuchando y consumiendo solo una pequeña porción de lo que antes consumíamos en un tiempo determinado al escuchar un disco por el lado A y el lado B. Y con esto, no quiero decir que nos debemos devolver en el tiempo, solo por el romanticismo de tener los discos de vinilo. Entiendo el fenómeno digital y comparto todas las ventajas que le ha ofrecido a creadores y consumidores, pero sí quiero enfatizar que con los sencillos musicales ya no consumimos una obra de arte, sino una porción de ella. Es como si a un libro le arrancamos diez páginas, dos capítulos, el inicio o el final. No tendríamos una unidad artística y eso es lo que está sucediendo actualmente con nuestra música.
Más allá de ser un reproche romántico y utópico, no pretendo cambiar las reglas del juego de la industria, pero sí dejar sobre la mesa, las posibilidades y la decisión que nosotros, como consumidores de canciones, podemos tomar a la hora de disfrutar la música.