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El conmovedor adiós final que le dio Colombia a Miguel Uribe Turbay

Tras más de treinta años, Colombia volvió al protocolo de los magnicidios. Miguel Uribe Turbay, uno más de los tantos hijos de la violencia que no para, ya se encuentra en el Cementerio Central en Bogotá. EL COLOMBIANO acompañó su último recorrido por el Congreso, la Catedral Primada y las calles del país que amó y del que quería ser presidente.

  • En la Catedral Primada, María Claudia Tarazona y su hijo, Alejandro, despidieron a Miguel Uribe. La tragedia de un país que vuelve a repetir su violencia. FOTO GETTY
    En la Catedral Primada, María Claudia Tarazona y su hijo, Alejandro, despidieron a Miguel Uribe. La tragedia de un país que vuelve a repetir su violencia. FOTO GETTY
  • Alejandro Uribe se acercó varias veces al ataúd de su padre. Le llevó rosas y mantuvo su esencia. La de un niño de cuatro años. FOTO Captura de video
    Alejandro Uribe se acercó varias veces al ataúd de su padre. Le llevó rosas y mantuvo su esencia. La de un niño de cuatro años. FOTO Captura de video
  • Los expresidentes se sentaron juntos para la despedida a Miguel Uribe. Allí estuvieron Juan Manuel Santos, Ernesto Samper y César Gaviria.. FOTO Cortesía
    Los expresidentes se sentaron juntos para la despedida a Miguel Uribe. Allí estuvieron Juan Manuel Santos, Ernesto Samper y César Gaviria.. FOTO Cortesía
  • En el cementerio central, Miguel Uribe Londoño se despidió de su hijo, al que hace 34 años le tuvo que contar del asesinato a su madre. FOTO AFP
    En el cementerio central, Miguel Uribe Londoño se despidió de su hijo, al que hace 34 años le tuvo que contar del asesinato a su madre. FOTO AFP
  • En el Congreso, donde Miguel Uribe pasó sus últimos años, también hubo un acto solemne al que llegaron los representantes de Estados Unidos. FOTO Colprensa
    En el Congreso, donde Miguel Uribe pasó sus últimos años, también hubo un acto solemne al que llegaron los representantes de Estados Unidos. FOTO Colprensa
hace 1 hora
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“No tenemos ninguna duda de dónde viene la violencia, no tenemos duda de quién la promueve, no tenemos duda de quién la permite. Tenemos que plantar cara a esto y decir no más, no más, no más”.

Esas fueron las palabras de Miguel Uribe Londoño en la Catedral Primada diciéndole adiós a su hijo. En toda Bogotá llovía pero durante esa misa, que fue compartida en una pantalla gigante en la Plaza de Bolívar, la lluvia paró. El coro de la Orquesta Filarmónica de Bogotá que tocó Gloria de Vivaldi lo hizo más espeluznante.

Un déjà vu de la violencia, dijo el periodista Juan Manuel Ruiz en la radio. La Guarda Presidencial llevó el féretro cubierto completamente con la bandera de Colombia con el paso solemne y duro de los militares cuando hacen honores a sus muertos.

El féretro entró a la Catedral con el reloj de esa marcha. Allí estaba María Claudia Tarazona. Era la primera detrás del ataúd; cargaba en sus brazos a Alejandro Uribe Tarazona, con el cabello de su padre y su picardía. Se movía de un lado a otro. Con el brío de un niño de 4 años saltaba de las piernas de su madre a los brazos de su tía, María Carolina Hoyos. Alejandro se acercó al ataúd de su padre sonriendo, dejó una rosa que se cayó y regresó a ponerla otra vez. Era la misma imagen de Miguel en el 91. Era la repetición de la barbarie.

Estaban los políticos, el subsecretario de Estado de los Estados Unidos. Oscar Acosta, Jesús Prado y Adriana Jiménez, los principales miembros del equipo de campaña de Miguel en todos estos meses, las personas que viajaron el país a su lado y que se volvieron amigos entrañables. Y también los otros hijos de la violencia que ya conocen bien los pasos del protocolo para los tiempos en los que la muerte se aventaja ante la vida por el golpe imprevisto de la violencia. “Maldita violencia”, dijo una persona afuera en la plaza con las lágrimas en su rostro.

Los hermanos Galán, Rodrigo Lara, los mismos Turbay vieron pasar el coche fúnebre hacia el altar quizás recordando las imágenes de hace treinta años. La noticia inesperada, la ruptura en el alma, el colapso de la vida, el punto de giro de la historia, y luego el pesado protocolo inenarrable de la muerte.

En la plaza había globos blancos y una multitud que no creía la escena. Las mismas personas que el día anterior se acercaron al Salón Elíptico del Congreso para despedir a Miguel Uribe en una fila organizada. Uno a uno. Eran ciudadanos molestos con el Gobierno al que responsabilizaban con sus palabras por el ambiente de violencia que, decían, generó primero el presidente de la República. Eran ciudadanos “allegados del corazón”, como le dijo un hombre mayor junto a su esposa al representante Andrés Forero apenas lo vio pasar por allí. “Sabemos que usted es el hermano de Miguel. Dios le dé sabiduría”.

No hay una sola persona que haya estado en el centro de Bogotá para presenciar el protocolo del magnicidio a Miguel Uribe que pueda decir que la escena no le rompió algo adentro. Para muchos, era la impresión de una violencia que no conocían y les parecía simplemente imposible. Para otros, se trataba de la desesperanza de volver a vivir imágenes que en Colombia estaban ya solo en los museos de memoria, en los documentales. Pero regresaron.

“La muerte nunca tiene la última palabra”, dijo uno de los sacerdotes iniciando la eucaristía. No hubo presencia de ningún representante del Gobierno. El ministro del Interior, Armando Benedetti, aseguró que había hablado personalmente con la familia de Miguel y le expresaron que no querían la presencia de nadie del Gobierno. El presidente trinó: “no vamos porque no queremos, simplemente respetamos a la familia y evitamos que el sepelio del senador Miguel Uribe, sea tomado por los partidarios del odio”.

La realidad es que la familia de Uribe no quería la presencia del presidente. Tras las palabras del cardenal José Luis Rueda, vinieron dos discursos de gran calado. Cada uno con bemoles y apelando a experiencias diferentes. Uno, el de la esposa que se queda sin el amor de su vida para criar tres hijas y un hijo de su sangre. Otro, el del papá que tiene el corazón fuerte, pero quebrado porque la violencia de su país le quitó al amor de su vida y a su hijo, su ídolo, su luz, su promesa. Dos veces cargando el peso de los ataúdes.

“Miguel fue un hombre apasionado. Apasionado en el amor hacia mi que me alcanza para el resto de mi vida”, dijo María Claudia. Sus hijas estaban detrás de ella llorando sin pausa. Estaban ahí también para presenciar la fuerza inexplicable de su madre, que solo interrumpió el discurso dos veces para tomar aire y evitar quebrarse. Estaban ahí también como testigos de la bondad de quien se convirtió joven en su segundo padre y a quien así aceptaron.

Mientras María Claudia decía que no debía haber espacio para la venganza ni para las reacciones violentas, sus hijas la rodeaban aceptando en silencio ser las nuevas hijas de la violencia. Tal como Alejandro.

Luego, tras contenerlo dos veces, finalmente se quebró. “Amor de mi vida, mi gran amor. Gracias por estos años de felicidad absoluta. Gracias por amarme de la forma más grande y maravillosa que jamás habría podido imaginar. Gracias por tu sonrisa que iluminaba mi alma (...) Miguel, te voy a amar cada día de mi vida hasta que llegue mi momento de encontrarme contigo en el cielo. Cumpliré mi promesa de darle a Alejandro y a las niñas una vida llena de felicidad. Mi amor, esposo de mi vida, mi amor lindo, gracias por tu sacrificio por Colombia. Te amaré por el resto de mi vida”.

El discurso de Miguel Uribe Londoño comenzó con el sino trágico. “Hace 34 años, la guerra se llevó a quien era mi esposa, Diana Turbay. Tuve que darle a un niño de tan solo cuatro años la horrenda noticia del asesinato de su madre. En esta misma santa iglesia cargué con un brazo a Miguel y en el otro el ataúd de su mamá Diana. Hoy, 34 años después, esta absurda violencia también me arrebata a ese mismo niño que se convirtió en un hombre bueno, padre amoroso y líder honrado y valiente. Hoy, 34 años después, tuvimos que decirle a mi nieto Alejandro que también su padre fue asesinado”.

Uribe Londoño habló extensamente del expresidente Álvaro Uribe, a quien le dio las gracias por fijarse en Miguel, y envió dardos a los que respondieron afuera de la iglesia las personas indignadas. “Esta guerra tiene culpables y responsables, lo sabemos. No tenemos ninguna duda de dónde viene la violencia, no tenemos duda quién promueve la violencia”, insistió.

Y también dio línea política. “Como colombianos, nuestra responsabilidad histórica es seguir unidos a pesar del horror, para derrotar a la oscuridad que nos quiere postrar y condenar para siempre. Hagámoslo y luchemos todos juntos en unidad nacional (...) movilicemos a la nación, este presente no puede ser el mañana. Colombianos, abramos los ojos, debemos luchar todos juntos para construir un país sin violencia, un país de oportunidades, una Colombia con futuro. Lo repito, el país tiene claro de dónde viene la violencia, pero más importante que eso es que los colombianos tengan aún más claro cuál será el liderazgo encargado de honrar y continuar el legado que hoy deja mi hijo. Callaron a Miguel, pero no podrán callar la voz de millones de colombianos pidiendo a gritos un cambio”.

Se refirió específicamente al 2026 y luego concluyó con otra frase hacia el expresidente. “Usted y su partido respaldaron las ideas de un gran líder. Hoy, se los devuelvo a ustedes y a toda Colombia para iniciar la lucha más grande de todos los tiempos para el restablecimiento de la paz en nuestro país”, puntualizó.

Uribe Londoño terminó haciendo énfasis en las políticas de seguridad de las que hablaba su hijo cuando le dispararon seis veces con dos balas, impactándolo hasta la muerte sesenta días después.

“El señor esté con ustedes”, concluyó Rueda mientras los soldados se alistaban para andar otra vez hacia el carro fúnebre con el cuerpo de Miguel Uribe que por última vez pasaría frente al Congreso. “Mar”, dijo el guarda presidencial. En su salida, la Orquesta Filarmónica empezó a tocar las notas de guerrero, interpretada por Yuri Buenaventura. “El guerrero levantó su mano señalando hacia el infinito, el guerrero dice que estas lágrimas son la risa del mañana que me espera. El guerrero cabalgando entre las nubes me ha enseñado que estos prismas terrenales no son nada comparado con mi pueblo, que desde sus entrañas se libera”.

Las personas dejaban rosas blancas sobre el féretro. El alcalde Galán se dio la bendición cuando frente a él pasó Miguel, ya no un hijo de la violencia, sino el resultado de ella, de la guerra, del odio en fin. “El guerrero señaló su mano hacia el infinito. El guerrero fue buscando fortaleza con el alma limpia, con la sonrisa plena”, repitió Buenaventura. El infinito al que ahora pertenece. El país recordará, sin duda, su sonrisa. La sonrisa plena de Miguel Uribe.

Afuera de la iglesia, las personas liberaron los globos blancos. El féretro con Miguel salió de la Catedral cargado por los soldados de traje rojo mientras los globos inundaban el cielo del centro de Bogotá. María Claudia y Miguel Uribe Londoño atrás. Cuando llegaron al coche fúnebre, los soldados retiraron la bandera de Colombia y se la entregaron a la esposa. Rompió en llanto. Una mujer gritaba desde la barra de seguridad cerca a la carroza: “Miguel, gracias por tu valentía, gracias por representarnos, gracias por tu corazón. Tu muerte no será en vano”. Otra le apuntaba su voz a la generalidad del edificio del Congreso señalando que “se habían llevado una vida que no estaba manchada de sangre”. Una más acusaba al presidente. Había una mujer mayor en silencio arrodillada en el asfalto en el centro de la plaza mirando al cielo. Solo oraba. Cuando le preguntamos qué sentía, dijo que quería justicia. “Se llevaron una vida inocente. Que haya justicia”.

El coche fúnebre le dio la vuelta a la Plaza de Bolívar y se dirigió al Cementerio Central, el destino célebre de los líderes de Colombia asesinados por la violencia. Miguel Uribe compartirá desde ahora el mismo lugar que Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro Leongómez, Álvaro Gómez Hurtado, Jaime Pardo Leal. Aquellos a los que las balas les quitaron el futuro y que dejaron al país huérfano de estadistas.

Los jardineros del cementerio empezaron a cavar y poco a poco el ataúd descendió cuando el hueco en la tierra ya estaba listo. Un hombre de 39 años que soñaba con ser presidente para honrar la lucha de su madre asesinada por el narcotráfico mientras buscaba la paz haciendo periodismo. Un padre de cuatro. Un congresista vehemente pero únicamente con las ideas. Un opositor, un joven movido por los problemas de su sociedad. Su nombre ya está instalado en el corazón del país, en el cementerio de los próceres y las víctimas. En el lugar de los magnicidios.

Su lápida dice: Miguel Uribe Turbay. Enero 28 de 1986-11 de agosto de 2025.

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