Ana María Patiño empezó pronto, a los cinco años. Primero tocó el saxofón en una banda municipal. Luego, en un ascenso de vértigo, fue una de las alumnas aventajadas del maestro Alejandro Palacio. Ya en este punto había cambiado el saxo por la batuta. Después se fue para Europa, trabajó muchísimo, enfrentó los prejuicios de los europeos y los miedos de los latinoamericanos. Se graduó con honores de una de las escuelas de dirección con más renombre internacional. Ha ganado premios, ha dirigido en muchas partes, en tantas que su vida pasa en hoteles y aeropuertos. Y justo ahí, en la plena flor, ha sido escogida para dirigir titularmente por tres años a Filarmed. EL COLOMBIANO habló con ella, uno de los tesoros de la música clásica de Latinoamérica.
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¿Cuáles fueron las primeras impresiones después de que supiste de que eras la nueva directora titular de Filarmed?
“Es un sueño muy grande para mí poder regresar a la ciudad. Me alegra que la orquesta le apueste a tomar una decisión que yo creo que es correcta, pero igual es una decisión audaz, una decisión distinta. Esta es una apuesta por alguien diferente de lo que se cree que debe ser una persona para esta posición. Me inspira iniciar esta relación con una institución que tiene un mensaje tan importante para dar”.
Supongo que la audacia de la decisión está en que existe una idea general de que los directores titulares son hombres mayores. Vos estás rompiendo esos paradigmas aquí...
“Sí, totalmente. Me siento muy emocionada desde hace meses. Me alegra mucho poder ser un referente para los jóvenes. Creo que es el sueño más importante para mí. Sí, es verdad que existe esa idea de lo que es un director, no solo acá sino en el mundo. Soy un poco todo lo contrario a eso. Y yo creo que está bien, creo que esta decisión le da un mensaje importante al país y a Latinoamérica, de que se pueden hacer las cosas de una manera diferente”.
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Hagamos un poco de historia. Comenzaste tu carrera musical en La Unión con el saxofón...
“Sí, comencé a los cinco años en la banda de La Unión. Todavía recuerdo que mi mamá me llevó a la Casa de la Cultura de La Unión y durante la infancia no me volví a ir nunca de ahí. Fueron unos años maravillosos porque era muy distinto a como es ahora, pero estudiar en el colegio en un pueblo en esa época era muy sano, era muy tranquilo. Entonces, yo estudiaba con los amigos que también estaban en la banda. Fue una época tan feliz de tocar música con mis amigos.
Tuve un enamoramiento grandísimo de la música hecha con pasión, con ganas, pero el asunto de la dirección creció en mí muy pronto. Tengo muchos recuerdos de tener 12, 13 años y sentir una inspiración inmensa por hacer eso, por mover las manos y por mostrarle a mis amigos lo que sentía yo que debería se la música. Quería en ese momento dirigirlos.
En mi carrera todo ha pasado muy rápido. Hice mi pregrado en Eafit con Alejandro Posada, trabajé con él desde cero en Iberacademy, cuando la institución no era lo que es ahora. Me acuerdo de mover sillas y atriles, pegar partituras, asistirlo a él. Y también recuerdo la época en la que hice mis prácticas académicas con la Filarmónica de Medellín”.
¿Seguís practicando el saxofón?
“No tanto como antes, no tengo mucho tiempo, pero sí me siento muy conectada a la música colombiana, latinoamericana a través del saxofón, que es un instrumento más de ese lado. No fue sencillo para mí, el saxofón no es tan cercano al mundo sinfónico o clásico. Y ese era un mundo importante para mí que no podía ignorar. El saxo siempre será parte de mi vida, por supuesto”.
¿Hubo alguna dificultad de pasar del saxofón a la dirección?
“No, yo lo sentí muy natural. Cuando era saxofonista sí sentía que me estaba de alguna manera perdiendo un mundo grandísimo de música sinfónica. Y yo quería hacer música sinfónica, me enamoré de la música clásica de orquestas, me enamoré de las orquestas, del sonido de las orquestas.
El saxo me ha permitido tener una visión muy interesante de lo que es la música en todo sentido y yo creo que hoy en día puedo tejer una relación muy especial entre la música académica y la música popular y folclórica gracias al saxofón”.
Siempre has mencionado la importancia de las bandas en tu carrera...
“Las bandas son el corazón de este país musical. Mi hermano hizo una investigación sobre eso precisamente y entrevistaba a un compositor increíblemente importante que es Víctoriano Valencia. Y hablábamos mucho de eso. Las bandas han sido actores de profunda transformación social. Lo que hace una banda sinfónica bien encaminada en un pueblo es increíble. Afortunadamente hay muchas alcaldías que las apoyan, pero hay muchas que no. Hay que trabajar para eso. Cuando hay una banda sinfónica en un pueblo se transforman los niños y las niñas en ese espacio de recogimiento, de creatividad, pero también de disciplina. O sea, una banda sinfónica bien encaminada, con los recursos que necesita hace un trabajo increíble de transformación social. Los niños no solo se transforman ellos, sino que de repente se transforman el entorno familiar, el colegio. Es una cosa increíble. Son como un nido de cambio social impresionante”.
Explícanos la diferencia entre una banda y una orquesta...
“La banda sinfónica es una agrupación que está conformada por vientos. Las bandas sinfónicas tienen muchísimos clarinetes, flautas, saxofones, trompetas, trombones, tubas, la percusión normal, algunas han metido un poquito de cuerda. En su mayoría, las orquestas tienen instrumentos de cuerda: violines, violas, chelos, bajos, contrabajos. Y lo interesante es que las orquestas tienen una cantidad de vientos más reducida, son más pequeñitos. Generalmente son cuatro cornos, en las bandas también más o menos así. Pero cuando en una banda 14, 16, 18 clarinetes, en una orquesta esos son los violines”.
¿Qué recuerdas de la época en Eafit con el maestro Alejandro Posada?
“¡Todo! Empecé a estudiar con el maestro en el 2015 e Iberacademy ya venía construyéndose, ya venía como en esa ebullición de cosas increíbles que pasan hoy. Pero claro, fue el momento en el que empezó todo de una manera aceleradísima. Me acuerdo estar con el maestro, asistirlo, ir a ensayos, ver que venían directores, solistas, sobre todo Roberto González, que nos transformó a todos la vida musical, la inspiración. Me acuerdo de todo, me acuerdo de las clases del maestro Posada, de su manera tan única de enseñarnos, de cómo también él se fue transformando a través del proceso con Iberacademy, cómo Iberacademy nos cambió a nosotros también la vida, me permitió estudiar en Europa y luego volver en conciertos muy emocionantes, uno de ellos con la maestra Blanca Uribe, después fui a Salzburgo a hacer una gira con la orquesta”.