En la zona mixta del estadio Monumental de Maturín, aún con el eco de los gritos de la goleada histórica 6-3 frente a Venezuela, James Rodríguez volvió a ser el faro de la Selección Colombia, no solo dentro del campo sino también fuera de él. Rodeado de micrófonos y cámaras, el capitán habló sin titubeos y dejó un mensaje cargado de ambición que encendió la ilusión de un país entero: “¿Por qué no soñar con poder ser campeones? Tenemos una Selección con qué competir, hacer una buena Copa del Mundo, y el sueño de todos es poder levantar ese trofeo”.
El ‘10’ colombiano, que volvió a vestirse de líder y protagonista en la última jornada de Eliminatorias con dos asistencias determinantes, dejó claro que la Tricolor no piensa viajar a Norteamérica 2026 solo a participar. En sus palabras, se notó convicción, hambre de gloria y la certeza de que esta generación tiene el talento suficiente para competir contra cualquiera.
El mediocampista también se refirió a la campaña clasificatoria que terminó con Colombia en el tercer lugar con 28 puntos, detrás de Argentina y Ecuador. Aunque el balance es positivo por la clasificación anticipada, James no escondió cierta inconformidad: “Pudimos haber quedado un poco más arriba, por los puntos que perdimos”, señaló, recordando empates y derrotas que costaron caro, sobre todo en Barranquilla.
Con la mente puesta ya en lo que será la preparación hacia el Mundial de Estados Unidos, México y Canadá 2026, el mensaje de James cobra especial relevancia. A sus 35 años, el capitán entiende que está ante la que probablemente sea su última Copa del Mundo, y por eso asume con mayor fuerza el rol de guía espiritual de un grupo en el que conviven referentes como Luis Díaz, Dávinson Sánchez y Jéfferson Lerma con una camada de jóvenes.
El sueño mundialista de Colombia comienza a tomar forma y, aunque la exigencia será máxima, la voz de James Rodríguez invita a creer. Porque si algo ha demostrado el 10 a lo largo de su carrera, es que cuando viste la camiseta de la Selección, su talento y su liderazgo se multiplican. En Maturín no solo repartió asistencias, también repartió esperanza: la de ver a Colombia pelear, sin complejos, por el título más grande de todos.