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Rituales enigmáticos, delegaciones “exóticas” y caídas: así se vivió el segundo día del Panamericano de natación en Medellín

En el segundo día de competencias se realizaron pruebas en trampolín y plataforma.

  • La clavadista Lila Rose Gokiert, de Canadá, se quedó con la medalla de oro en la prueba de plataforma 16-18 años, que se disputó en la mañana de este miércoles en el Complejo Acuático. FOTO manuel saldarriaga
    La clavadista Lila Rose Gokiert, de Canadá, se quedó con la medalla de oro en la prueba de plataforma 16-18 años, que se disputó en la mañana de este miércoles en el Complejo Acuático. FOTO manuel saldarriaga
14 de mayo de 2025
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Hay algo de mística. Los clavadistas necesitan estar concentrados. Por eso se meten en una burbuja, su mundo: llevan audífonos, bailan, brincan con los pies descalzos en el suelo contiguo a la piscina de carreras, mientras esperan el llamado por los parlantes para saltar.

Todos lo hacen, sin distinción de nacionalidad. Los brasileños, por ejemplo, hablan con su típica alegría entre ellos, después cierran los ojos y hacen la mímica del salto que practicarán. Los canadienses, un poco más serios y con la piel roja por el golpe de calor en la piel blanca, se quedan de pie frente a la pileta de clavados, pensando en lo que les dijo su entrenador, analizando, como ajedrecistas, su próximo movimiento.

Los mexicanos, por su parte, hablan entre ellos. Algunos con el acento de la capital federal bien marcado. Unos más parecen ser norteños, como de Nuevo León. Antes de saltar en la prueba masculina de trampolín de un metro, que se realizó después del mediodía del miércoles, los deportistas escucharon con atención el consejo de un asiático que hacía parte de la delegación y, aunque no hablaba un buen español, movían la cabeza afirmando que le comprendían.

El representante de Estados Unidos, Joshua Thai, también tenía rasgos de Asia. Su entrenador, un hombre de bigote ochentero, lo sentaba junto a él después de que saltaba y le mostraba sus aciertos y errores en una tablet que llevaba en las manos.

Los estadounidenses eran los únicos que realizaban ese proceso. Por el contrario, los entrenadores de la delegación cubana se sentaban, miraban a sus deportistas cuando Frank Rosales Triana , su único competidor en la prueba, se montaba en el trampolín y después continuaban conversando entre ellos, o con sus colegas mexicanos, de El Salvador o Argentina.

Entre tanto Beau Amprey, participante haitiano en la prueba, estuvo todo el tiempo sentado en una silla frente a la pileta, observando a sus colegas realizar sus saltos y esperando su turno para hacerlo. Junto a este joven de piel morena, perfectamente bronceada, cabello crespo color cobrizo y cara de infante, estaba una mujer de trenzas tinturadas de rubio que, al parecer, cumplía la función de camarógrafa del deportista porque, cada vez que saltaba, grababa lo que hacía.

El entrenador haitiano, un hombre afro alto, de estatura cercana al metro noventa, solo se acercaba a su pupilo cuando faltaban pocos turnos para saltar o después de que lo hiciera. Las indicaciones que le daban eran breves. Además, le hablaba con la tranquilidad de viejos amigos.

El haitiano parecía no tener familiares en la tribuna. Las delegaciones que más banderas tenían colgadas en las tribunas, donde entraban en vítores al escuchar el nombre de algún deportista, pero hacían un silencio profundo, como cuando se está frente a algo sagrado, cada vez que los clavadistas iban a saltar. Eran las de Brasil, Estados Unidos, Cuba y Colombia.

Cuando los clavadistas Tomás Tamayo, Simón Ríos Zapata (ganó medalla de bronce) y Miguel Tovar, quienes “jugaban” de locales, iban a entrar en acción, la gradería contigua al Obelisco parecía caerse por los gritos que despedían los familiares y amigos de los deportistas criollos.

Lo mismo ocurría con los canadienses, potencia en esta práctica. De hecho, las deportistas que compitieron en la prueba de plataforma femenina 16-18 años, que se realizó en la mañana, también apoyaban a sus compañeros de cerca, debajo de la carpa contigua a la pileta.

La primera campeona del día: una canadiense

Entre ellos estaba Lila Rose Gokiert, chica rubia, de estatura menor al metro sesenta y con la piel blanca, tanto que el cuero cabelludo se le veía rojo, quien se quedó con la medalla de oro en la prueba de plataforma.

“Estoy muy emocionada. Esto es increíble. No puedo creer que haya podido hacer mis calvados tan bien para ganar la medalla. Me siento orgullosa”, le dijo a este diario, con una sonrisa en el rostro, después de bajarse del podio.

Lila, nacida en Galgary, Alberta, inició a competir hace 5 años y, desde el 2023, lo hace con el equipo nacional de Canadá.

Gokiert eligió la natación por encima de la gimnasia, deporte en el que empezó a competir cuando era niña. Al final, logró combinarlos en los clavados.

Sus padres, que llegaron con ella el domingo a Medellín, se mostraron orgullosos por la medalla. El jueves tendrá día libre. Volverá a escena el viernes y sábado en las pruebas de plataforma abierta y tres metros.

¿Cuáles son las delegaciones más llamativas del Panamericano?

En el Panamericano participan deportistas de todos los países de América, desde Canadá hasta Argentina. Estos, por lo general, tienen delegaciones grandes, de más de 80 personas. Sin embargo, hay presencia de competidores de islas del Caribe. Haití, Islas Vírgenes de Estados Unidos, Santa Lucía, Dominica, entre otras, llaman la atención, entre otras cosas porque son muy pequeñas, traen pocos nadadores.

San Cristóbal y Nieves, una isla ubicada en la región de las Antillas menores del Caribe, solo tiene un deportista. Su nombre es Jonathan Ismael Essien Bardales y este miércoles participó en la prueba de 100 metros mariposa para jóvenes entre los 19 y los 22 años. Terminó en el puesto 13, con un tiempo de 1:03.89. Dominica, isla del Caribe donde hay corrientes de agua que permiten hacer apnea, tiene dos participantes inscritos, Santa Lucía aparece con tres, Haití tiene cinco en total; mientras que las Islas Vírgenes de los Estados Unidos trajeron seis deportistas en su delegación.

¿Hubo una fractura en la competencia de clavados?

El clavadista brasileño Rafael Fogaca de Araujo estaba contento. Antes de que llegara su turno para saltar en la tercera ronda de la prueba de un metro, hablaba junto a sus compañeros de delegación cerca de la piscina de carreras. Llegó su momento para tirarse a la pileta. Se paró en el trampolín. Brincó una, dos veces y a la tercera, cuando apoyó el cuerpo con más fuerza, se resbaló.

Su tobillo izquierdo se dobló. Se fue al agua, pero lo primero que hizo cuando salió a la superficie fue gritar con fuerza. Un compañero de delegación, que estaba cerca, se lanzó de inmediato para ayudarlo. Lo sacó de la pileta. Él gritaba con desesperación. Tanto que generó conmoción en los colegas: unos decían que tenían ganas de vomitar, otros se tiraron al suelo como si fueran a llorar.

Los médicos atendieron al deportista que ha sido tres veces campeón suramericano, medallista de plata y bronce en Panamericanos júnior y finalista en la edición de mayores del 2023, además de ser sargento de la marina brasileña. Con el pie bastante inflamado lo llevaron en ambulancia al hospital Pablo Tobón Uribe.

Hay algo de mística. Los clavadistas necesitan estar concentrados. Por eso se meten en una burbuja, su mundo: llevan audífonos, bailan, brincan con los pies descalzos en el suelo contiguo a la piscina de carreras, mientras esperan el llamado por los parlantes para saltar.

Todos lo hacen, sin distinción de nacionalidad. Los brasileños, por ejemplo, hablan con su típica alegría entre ellos, después cierran los ojos y hacen la mímica del salto que practicarán. Los canadienses, un poco más serios y con la piel roja por el golpe de calor en la piel blanca, se quedan de pie frente a la pileta de clavados, pensando en lo que les dijo su entrenador, analizando, como ajedrecistas, su próximo movimiento.

Los mexicanos, por su parte, hablan entre ellos. Algunos con el acento de la capital federal bien marcado. Unos más parecen ser norteños, como de Nuevo León. Antes de saltar en la prueba masculina de trampolín de un metro, que se realizó después del mediodía del miércoles, los deportistas escucharon con atención el consejo de un asiático que hacía parte de la delegación y, aunque no hablaba un buen español, movían la cabeza afirmando que le comprendían.

El representante de Estados Unidos, Joshua Thai, también tenía rasgos de Asia. Su entrenador, un hombre de bigote ochentero, lo sentaba junto a él después de que saltaba y le mostraba sus aciertos y errores en una tablet que llevaba en las manos.

Los estadounidenses eran los únicos que realizaban ese proceso. Por el contrario, los entrenadores de la delegación cubana se sentaban, miraban a sus deportistas cuando Frank Rosales Triana , su único competidor en la prueba, se montaba en el trampolín y después continuaban conversando entre ellos, o con sus colegas mexicanos, de El Salvador o Argentina.

Entre tanto Beau Amprey, participante haitiano en la prueba, estuvo todo el tiempo sentado en una silla frente a la pileta, observando a sus colegas realizar sus saltos y esperando su turno para hacerlo. Junto a este joven de piel morena, perfectamente bronceada, cabello crespo color cobrizo y cara de infante, estaba una mujer de trenzas tinturadas de rubio que, al parecer, cumplía la función de camarógrafa del deportista porque, cada vez que saltaba, grababa lo que hacía.

El entrenador haitiano, un hombre afro alto, de estatura cercana al metro noventa, solo se acercaba a su pupilo cuando faltaban pocos turnos para saltar o después de que lo hiciera. Las indicaciones que le daban eran breves. Además, le hablaba con la tranquilidad de viejos amigos.

El haitiano parecía no tener familiares en la tribuna. Las delegaciones que más banderas tenían colgadas en las tribunas, donde entraban en vítores al escuchar el nombre de algún deportista, pero hacían un silencio profundo, como cuando se está frente a algo sagrado, cada vez que los clavadistas iban a saltar. Eran las de Brasil, Estados Unidos, Cuba y Colombia.

Cuando los clavadistas Tomás Tamayo, Simón Ríos Zapata (ganó medalla de bronce) y Miguel Tovar, quienes “jugaban” de locales, iban a entrar en acción, la gradería contigua al Obelisco parecía caerse por los gritos que despedían los familiares y amigos de los deportistas criollos.

Lo mismo ocurría con los canadienses, potencia en esta práctica. De hecho, las deportistas que compitieron en la prueba de plataforma femenina 16-18 años, que se realizó en la mañana, también apoyaban a sus compañeros de cerca, debajo de la carpa contigua a la pileta.

Una campeona alegre

Entre ellos estaba Lila Rose Gokiert, chica rubia, de estatura menor al metro sesenta y con la piel blanca, tanto que el cuero cabelludo se le veía rojo, quien se quedó con la medalla de oro en la prueba de plataforma. “Estoy muy emocionada. Esto es increíble. No puedo creer que haya podido hacer mis calvados tan bien para ganar la medalla. Me siento orgullosa”, le dijo a este diario, con una sonrisa en el rostro, después de bajarse del podio.

Lila, nacida en Galgary, Alberta, inició a competir hace 5 años y, desde el 2023, lo hace con el equipo nacional de Canadá.

Gokiert eligió la natación por encima de la gimnasia, deporte en el que empezó a competir cuando era niña. Al final, logró combinarlos en los clavados.

Sus padres, que llegaron con ella el domingo a Medellín, se mostraron orgullosos por la medalla. El jueves tendrá día libre. Volverá a escena el viernes y sábado en las pruebas de plataforma abierta y tres metros.

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