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Colegialas que gritan y puertas que se cierran solas: crónica de las casas “embrujadas” del Centro de Medellín

El Prado, el único barrio patrimonial de Medellín, no solo guarda mansiones que luchan por no caerse, sino historias y mitos que quieren llegar hasta la próxima generación. Este es un recorrido por casas e historias inverosímiles.

  • Fotografías de algunas de las casas tradicionales del barrio El Prado, en el centro de Medellín, donde hay mitos e historias de terror. FOTO: ÁLVARO GUERRERO
    Fotografías de algunas de las casas tradicionales del barrio El Prado, en el centro de Medellín, donde hay mitos e historias de terror. FOTO: ÁLVARO GUERRERO
  • En la antigua Casa Blanca ahora se construye Salón Prado, un distrito gastronómico y de entretenimiento con el que esperan darle un nuevo aire al barrio, en especial en la noche. FOTO Álvaro guerrero
    En la antigua Casa Blanca ahora se construye Salón Prado, un distrito gastronómico y de entretenimiento con el que esperan darle un nuevo aire al barrio, en especial en la noche. FOTO Álvaro guerrero
  • Por Halloween, la Corporación Distrito Candelaria organizó dos recorridos nocturnos por las casas “embrujadas” del barrio Prado. FOTO Álvaro guerrero
    Por Halloween, la Corporación Distrito Candelaria organizó dos recorridos nocturnos por las casas “embrujadas” del barrio Prado. FOTO Álvaro guerrero
31 de octubre de 2025
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En Antioquia hay dos tipos de posturas frente a las brujas: los que creen en ellas y les temen, y los que no creen en ellas y les temen aún más. Los segundos, fueron los que pusieron el grito en el cielo con el festival que hizo Comfama hace unas semanas; los primeros, son los que se inscribieron a Fantasmas de Prado, un recorrido para recordar los mitos y leyendas de las casas embrujadas de Medellín, que se llevó a cabo el miércoles y jueves de esta semana en el centro de la ciudad y que se llenó como rara vez se llena un recorrido nocturno por el Centro.

El recorrido es por el barrio Prado, ese donde los hombres más generosos y opulentos de este pueblo siempre tan austero construyeron entre las décadas del 20 y el 30 del siglo pasado sus sueños más exóticos: arcos, columnas altas y pronunciadas, fuentes exageradas, esculturas insólitas, castillos medievales y palacios egipcios, pero que años después cayó en desgracia porque los hombres ricos se fueron y sus hijos no quisieron quedarse con las herencias y ahora esos palacios son, casi todos, inquilinatos, geriátricos, o estructuras abandonadas que se están cayendo.

Puede leer: Fantasmas de Prado: el recorrido que revive las leyendas de las casas “embrujadas” de Medellín

La propia historia del barrio es casi paranormal: un hombre sueña con construir un Beverly Hills criollo, con calles amplias, mansiones y antejardines frondosos y rápidamente lo consigue, pero así de rápido, como por efecto de un conjuro, sus habitantes salen despavoridos y nunca más regresan.

Antes del auge de El Prado, el terreno hacía parte principalmente de la Hacienda La Polka, propiedad de la familia Olano, fundadora del barrio, y estaba casi todo atravesado por quebradas y lagunas donde, se dice, se reunían brujas y brujos de la incipiente villa. También está allí, desde antes de las mansiones y los guayacanes coloridos, el cementerio San Pedro, fundado en 1842 como el primer cementerio privado de la ciudad.

El Prado —siempre es bueno recordarlo— es el único barrio patrimonial que tiene Medellín, esa ciudad de 350 años donde tanto cuesta encontrar algo que tenga si quiera un siglo. Allí viven pocas familias, una de ellas es la de Gregorio Henríquez, el antropólogo que guía el recorrido mientras cuenta las anécdotas fantásticas que por décadas se han contado entre los vecinos, no en pocas veces, mediadas por tragos de aguardiente o poco antes del amanecer.

La casa de Gregorio, a pocos pasos de la estación Hospital del metro, es la primera parada del recorrido. Construida en 1870, es una de las últimas casas de tapia que queda en pie. Parado en el andén que da en frente a la puerta verde de su casa, Henríquez dice que los testimonios y las historias de los aquelarres en las quebradas y lagunas de lo que ahora es Prado estaban en el archivo histórico de Antioquia pero que se perdieron.

Dice Gregorio que a su abuela no le duraban las empleadas del servicio porque salían espantadas. La última que tuvo se desmayó cuando vio a una mujer que en realidad no existía. Sus tíos alguna vez también cayeron al suelo impresionados por ver la casa iluminarse de forma súbita.

También hubo una época donde los vecinos preguntaban por una colegiala a la que veían entrar y salir, cuando en realidad allí no entraba ni salía ninguna joven con uniforme de colegio. A veces, todavía, se escuchan cajones abriéndose o cubiertos revolcándose.

Dos cuadras después hay una calle que conecta con la reja del Hospital San Vicente, especialmente con el pabellón psiquiátrico, donde hay vecinos que dicen, después de tomarse un aguardiente para bajar los nervios, que han visto a hombres y mujeres que les hablan y les piden cigarrillos, pero que desaparecen en cuanto agachan la mirada para buscarlos. Trabajadores del hospital también han dicho que hay pacientes que dicen haber estado acompañados por monjas o enfermeras que no existen, al menos en la nómina.

“Recorrer el barrio El Prado es conocer relatos del folclor urbano, de la vieja Medellín, hechos a partir de conversaciones, de archivos históricos y de algunas experiencias propias. La antropología dice que la mente es un paracaídas, que solo funciona cuando se abre, para hacer este recorrido hay que abrir la mente. Creamos o no, ahí hay un relato, nosotros fuimos arrullados por estas historias”, señala Henríquez.

La segunda parada es en Casa Blanca, la mansión más grande del barrio, que ya no es blanca sino azul cielo y rosada porque, después de años de abandono, la Alcaldía hizo una alianza Público Privada con un grupo de empresarios que van a abrir allí un centro gastronómico, donde además de restaurantes habrá librería, teatro, café y billares. De resultar exitoso, Salón Prado, que es el nuevo nombre del lugar, sería el punto de partida para el resurgimiento comercial del barrio en el que por las noches espantan los ladrones más que las almas en pena.

“Lo que necesitamos para mejorar la seguridad del Centro es que la gente no se vaya en la noche sino que se quede, que venga. Da mucha más seguridad un grupo de 20 personas, con niños, caminando por el barrio, que un grupo de 20 policías o de personas armadas. Donde hay niños en la calle es porque hay seguridad”, dice uno de los acompañantes del recorrido.

Antes de ser una casa, Casa Blanca fue un terreno de 2.000 varas cuadradas, de las de 80 centímetros, entre las calles Popayán y Jorge Robledo. Primero, en 1928, fue propiedad de una sociedad llamada Ortiz y Compañía. Costó 16.500 pesos oro colombiano, que pesaban siete gramos y novecientos ochenta y ocho milésimos, que se pagaron en monedas de cinco pesos oro.

La casa de 1.800 metros cuadrados, de dos pisos alrededor de un patio principal a cielo abierto, con escaleras para llegar a la entrada, barandas de granito, marcos de madera, habitaciones conectadas entre sí tiene un baño de inmersión bajo tierra al que se accede por una escalera: un mikve, la palabra hebrea que describe las piscinas en los que los hombres en la tradición judía se sumergen para alcanzar la pureza. Las mujeres, por su parte, lo usan días después de terminado el periodo menstrual.

Durante décadas, la casa fue la vivienda de la familia Arango Velásquez y una vez esta se disolvió, fue pasando de mano en mano hasta que en 1995 fue comprada por la Alcaldía de Medellín que puso allí la sede del ya extinto Instituto Mi Río, que, cuenta Gregorio, cerraba antes que las demás entidades públicas, porque los espantos preferían la noche. Allí también se veía entrar y salir a una colegiala, según los vecinos. Las mamás del barrio contaban que una vez una niña se cayó desde un árbol frutal de la casa y se desnucó. El propio Gregorio fue a la casa cuando era un niño y cuenta que una vez lo asustaron cuando jugaba con una niña, nieta de uno de los dueños. Estaban sentados alrededor de algún juego de mesa cuando escucharon la voz de un niño que les dijo: “Yo también quiero jugar”. Todos salieron despavoridos. Cuentan también que hace un par de años hicieron una feria artesanal en la casa y una de las asistentes salió corriendo detrás de un niño que iba solo hacia los baños de la parte de atrás de la casa, pero cuando llegó no vio a nadie.

En la antigua Casa Blanca ahora se construye Salón Prado, un distrito gastronómico y de entretenimiento con el que esperan darle un nuevo aire al barrio, en especial en la noche. FOTO Álvaro guerrero
En la antigua Casa Blanca ahora se construye Salón Prado, un distrito gastronómico y de entretenimiento con el que esperan darle un nuevo aire al barrio, en especial en la noche. FOTO Álvaro guerrero

La brujería, dice Gregorio, “es una práctica ancestral, una sabiduría a la que la sociedad occidental le puso una etiqueta. La bruja o el brujo es un ser de poder. Nuestras abuelas tenían mucho de brujas porque tenían en los solares plantas medicinales para todos los dolores. Son poseedoras de conocimiento que va de generación en generación”. Sobre la cualidad de “embrujada” de una casa, o de un lugar, Henríquez sostiene que hace referencia a aquello que es perturbado por cosas que no podemos explicar, por alteraciones del orden de lo que conocemos como normal.

Luego el recorrido pasa por la Carrera Balboa, donde algunos vecinos dicen que han visto a una pareja de novios, vestimos como si fueran a casarse, que se pierden en una esquina. Dicen también que hace años una pareja de recién casados que pasaba por el barrio tuvo un accidente y se mató cuando iban rumbo a la luna de miel. La misma historia se la han contado a Gregorio varios vecinos sin que él les pregunte puntualmente por esta.

A los borrachitos de las Dos tortugas o de la Heladería real, los encontraban amanecidos al otro día de la rasca y cuando se despertaban decían que se habían quedado conversando con una muchacha bonita a la que de repente se le empezaba a desfigurar el rostro hasta que se le veía el cráneo. Las mujeres de esos hombres, seguramente, no faltaban a misa.

La siguiente parada es una prueba de esquivar escombros en la gran casa que alguna vez fue la sede de la Clínica Noél, que empezó como un costurero en 1916, pero que para 1924 ya sería un hospital infantil.

A la salida, en la esquina de enfrente, vemos una casa en la cima de una pequeña colina, bien iluminada con luces cálidas y ramos grandes de flores donde celebran un matrimonio o una fiesta de quince años. Allí, cuenta Gregorio, funcionó durante un tiempo, el casino de los oficiales de la Policía. Uno de ellos, después de perder una apuesta grande, subió hasta la terraza y se pegó un tiro. Los vecinos dicen que tiempo después seguían escuchando disparos, aunque escuchar disparos en una ciudad como Medellín no sea nada que no tenga explicación racional. “Antes de la casa de banquetes hubo un hostal que no dicen por qué no funcionó, pero uno si puede intuir el por qué”, dice Gregorio.

Luego pasamos por la “casa del Alcalde”, donde solo vivió Fajardo, y luego ningún otro se animó porque los vecinos que iban a poner quejas o a sobar chaqueta fueron casi como un espanto, aunque Henríquez dice que es la casa de las “13 sombras” y se sienten, de vez en cuando, lamentos y sollozos. Cuentan que cuando estaban remodelando la casa para hacerla habitable encontraron argollas con cadenas en el sótano, que era donde escondían a los niños que nacían con malformaciones, producto de relaciones incestuosas. Un par de cuadras después pasamos por otra casa donde durante más de 10 años practicaron exorcismos, pero Gregorio solo lo cuenta cuando el recorrido ya pasó por allí y la nueva familia, recién mudada, que habita la casa, no puede escucharlo.

En la siguiente esquina, en Palacé con la calle 62, queda la casa que tiene forma de barco, construida en 1949 por encargo de un inglés llamado Jacob Cohen que huyó de la Segunda Guerra Mundial, y quiso construir para su familia un palacio inspirado en el mar. Tenía en el piso figuras de animales acuáticos y una piscina tan grande y profunda que años después se dieron allí clases de buceo. Pero de nada valió la inversión, que incluyó túneles de escape y refuerzos de acero en las paredes, porque la esposa de Cohen nunca quiso vivir allí y tuvieron que comprar otra casa unos metros más abajo. Allí funciona ahora la Asociación Médica Sindical Colombiana Seccional Antioquia (Asmedas) y dice Gregorio que le ha dicho el vigilante que en las noches siente que lo persiguen, que le cierran las puertas, le vacían los sanitarios y le revuelcan los papeles de las oficinas.

El paseo embrujado termina en el Palacio Egipcio, que en 1928 empezó a construir el filósofo, astrónomo y optómetra Fernando Estrada, después de mucho viajar por el mundo, y que es la copia de lo más extravagante de los templos de las ciudades egipcias de Karnak, Luxor y Dendera. Ese no necesita historias de asesinatos o de espantos para recibir su condición de sobrenatural o embrujado. Basta por caminar en medio de sus columnas ornamentales, fijarse con detalle en los papiros y jeroglíficos que adornan las paredes, o mirar al cielo desde la cima de su torre para saber que allí ocurrió algo difícil de explicar racionalmente.

Pero el Palacio Egipcio, como buena parte del barrio El Prado, no se parece ahora a un lugar donde ocurren cosas extraordinarias sino más bien a la escenografía de una película de terror: un barrio de mansiones que alguna vez fueron bellas y extravagantes que cayeron al olvido y ahora, mientras se caen de a poco, son habitadas por oficinistas aburridos, niños hacinados y viejos solitarios que no salen a la calle por miedo a que los roben. Por suerte, como en las películas, hay un grupo de personas dispuestas a enfrentar el miedo y a romper la maldición. En este caso son los miembros de Distrito Candelaria, la corporación que organiza este y otros recorridos todas las semanas por el Centro de Medellín para rescatar del olvido las historias de esas casas, que son también las del barrio y las de una ciudad que a veces parece vencida por el alzhéimer.

Por Halloween, la Corporación Distrito Candelaria organizó dos recorridos nocturnos por las casas “embrujadas” del barrio Prado. FOTO Álvaro guerrero
Por Halloween, la Corporación Distrito Candelaria organizó dos recorridos nocturnos por las casas “embrujadas” del barrio Prado. FOTO Álvaro guerrero

Otros recorridos para caminar por el centro

Además de la caminata por las casas embrujadas de Prado, con ocasión del Halloween, la Corporación Distrito Candelaria tiene otros recorridos todas las semanas para caminar el Centro, dejarle el miedo, quererlo y habitarlo, especialmente en las noches, que es cuando se queda solo. “El Centro tiene una particularidad y es que a las 6 de la tarde la gente sale huyendo, entonces lo que nosotros invitamos es a que la gente lo camine con calma, bonito, que se de la oportunidad de habitar la ciudad de una forma distinta”, explica Edwin Valderrama, uno de los guías y promotores culturales de la Corporación.

Dentro de la programación hay un recorrido que se llama Noche de galerías, que tiene como objetivo reconocer el arte que hay por las calles del centro, admirar las esculturas, las casas, los edificios y las iglesias en las que pocas veces nos detenemos. Hay otra caminata llamada la Bohemia del centro: un recorrido por los bares y cantinas más emblemáticas y populares para hablar de su tradición y encanto, con “paradas técnicas de hidratación etílica”, dice Edwin.

También tienen Medellín erótico, un recorrido por los lugares icónicos del erotismo en la ciudad “desde una mirada sociológica y antropológica, dejando de lado el morbo”. Pero también hay planes en horario familiar: como San Ignacio cultural y Prado: un barrio que se lee con los pies. La mayoría son abiertos a todo el público y con aportes voluntarios, la programación se puede consultar en las redes sociales de Distrito Candelaria.

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