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El redentor

Qué encartada la del país con Petro. En 200 años de historia republicana difícilmente se encuentra un mandatario tan provocador, con una concepción del poder mítico al estilo de Chávez.

hace 14 horas
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  • El redentor

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

Dentro de una parafernalia tomada del más puro chavismo con su religión bolivariana y desenfundando la espada del Libertador, Gustavo Petro presentó oficialmente en el Congreso el articulado de su consulta popular. Como prólogo al acto la emprendió en su discurso del primero de mayo en la plaza de Bolívar de Bogotá contra los expresidentes, empresarios, oligarcas, echando mano de su lenguaje provocador, clasista y populista, el cual lo hace gran maestro de la disociación. Emplazó a los congresistas a aprobar la iniciativa, presagiando grandes turbulencias si no se ratifica su contenido, tal como la redactó su infalible sesera.

La espada que empuñó Petro en el acto del primero de mayo tuvo un significado diferente al ocurrido 30 años atrás, cuando su M-19 la devolvió al Estado como acto de reconciliación, después de haberla robado. Ahora Petro enarboló la misma espada, pero como signo de intimidación, muy diferente al que 200 años antes había tenido Bolívar al obsequiársela a Páez, creyendo que con ello evitaba la disolución de la Gran Colombia. El presidente colombiano imitaba en su delirio bolivariano al venezolano Hugo Chávez cuando, alzándola, vociferaba “¡alerta, alerta, la espada de Bolívar camina por América Latina, Bolívar vive, Bolívar anda!”. Tanto Chávez como Petro pertenecen a aquel grupo de caudillos latinoamericanos descritos por Enrique Krauze en su obra Redentores.

El país quedó notificado de que la cosa va en serio. Es una clara advertencia para que se deje de creer que Petro no es más que un loquito suelto, tirando piedras contra los faroles de las calles o perdido en las nebulosas, divagando y delirando. Él sabe para dónde va. Tiene una estrategia diseñada, sigue un libreto estudiado para armar zafarranchos que le sirven de prólogo a su intención de quedarse en el poder por algunos años más a través de interpuesta persona del Pacto Histórico. Aprovecha la ceguera de la tradicional clase dirigente colombiana, que de tumbo en tumbo no hace, sino propiciar esa posibilidad con la explosión cada día mayor de candidatos presidenciales, que brotan con la misma velocidad con que las rotativas de los periódicos imprimen los nombres de aspirantes, algunos más interesados no tanto en llegar a la presidencia, como en tener juego político para realizar transacciones electorales que les dé poder político al menudeo. Es una irresponsabilidad enterrar la cabeza para ignorar las encuestas que le dan al actual mandatario un apoyo del 40%, porcentaje que lo pone, dada la anarquía del viejo establecimiento, en posibilidad de obtener un nuevo triunfo electoral.

Qué encartada la del país con Petro. En 200 años de historia republicana difícilmente se encuentra un mandatario tan provocador, con una concepción del poder mítico al estilo de Chávez. El país está pagando una factura muy onerosa. Y podría demorarse para cancelarla, si el establecimiento atolondrado y sordo, no logra ponerse de acuerdo para unificar la multiplicidad de candidatos en un solo aspirante presidencial respetable, que rescate en las urnas la dignidad, la eficacia, la responsabilidad, atributos hoy ausentes en la jefatura del Estado colombiano.

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