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La salud mental no es un lujo. No es un tema de moda. Es una urgencia silenciosa que atraviesa nuestras calles, nuestras oficinas, nuestras casas.
Por Caty Rengifo Botero - JuntasSomosMasMed@gmail.com
Medellín respira resiliencia. Lo ha hecho frente a la violencia, frente a la desigualdad, frente a los retos de una ciudad que no se detiene. Pero hay una conversación que aún nos cuesta sostener con la misma fuerza: la salud mental.
En los últimos años, hemos experimentando algunos avances. Los Escuchaderos, la Línea 106, los círculos de cuidado, las ferias comunitarias, los talleres en universidades y una tendencia hablar más fácilmente de los problemas mentales en reuniones familiares y de amigos. Todo suma. Todo importa. Pero ¿es suficiente?
Los jóvenes de Medellín están hablando. Lo hacen desde la ansiedad, desde la tristeza, desde el miedo. Lo hacen en redes, en aulas, en sus casas. A veces, lo hacen en silencio y es ese ese silencio el que me preocupa pues el silencio también habla. En 2023, cerca del 50 % de los suicidios en la ciudad fueron de jóvenes. ¿Qué más necesitamos para entender que el dolor emocional no se resuelve con campañas esporádicas?
Los trabajadores tampoco están exentos. El estrés laboral, la presión por resultados, la falta de espacios seguros para hablar de lo que sentimos, están pasando factura. Las empresas tienen una oportunidad —y una responsabilidad— de hacer del bienestar emocional parte de su cultura. No como un beneficio adicional, sino como una estrategia de sostenibilidad humana y financiera.
Las universidades están haciendo su parte. Algunas con programas de atención, otras con formación especializada. Pero se necesita más. Necesitamos que la salud mental sea transversal, que se enseñe como se enseña matemáticas, que se practique como se practica deporte, que se viva como se vive la ciudadanía.
La salud mental no es un lujo. No es un tema de moda. Es una urgencia silenciosa que atraviesa nuestras calles, nuestras oficinas, nuestras casas. Es el niño que no quiere ir al colegio, el que se come las uñas con miedo, el joven que no encuentra sentido, el adulto que se siente solo, el abuelo que ya no quiere hablar.
¿Qué podemos hacer nosotros?
Podemos empezar por escucharnos. Por preguntar cómo estamos y esperar la respuesta. Por dejar de romantizar la productividad sin pausa. Por permitirnos sentir, descansar, pedir ayuda. Por construir redes de cuidado, en el barrio, en el trabajo, en la familia.
Medellín tiene todo para ser una ciudad del cuidado. Pero para lograrlo, necesitamos más que políticas públicas. Necesitamos presencia. Necesitamos humanidad.
Porque al final, cuidar nuestra salud mental no es solo una decisión individual. Es un acto colectivo. Es una forma de decirnos, como ciudad, que sí, que estamos aquí, que estamos escuchando, que estamos dispuestos a cuidarnos.