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No hay nada más útil que un crítico fiel

hace 8 horas
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Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu

Aprender a afrontar la crítica es quizás el mayor reto de cualquiera que tenga intereses creativos. No conozco ninguna creación valiosa en la historia que no haya tenido críticos acérrimos. Esto es particularmente cierto en el oficio de la generación de ideas. Todo aquel que quiera generar ideas y participar activamente en la opinión pública debe aprender a convivir con sus contradictores. Hoy les quiero contar cómo lo hago yo.

Yo tengo un número considerable de contradictores, algunos esporádicos, pero otros notablemente fieles. Me concentraré en estos últimos: aquellos que están atentos a cada una de mis columnas, artículos académicos, trinos o entrevistas, siempre listos para describir mis ideas como tontas, malintencionadas o simplemente equivocadas. Lejos de molestarme, vivo profundamente agradecido por su existencia. Permítanme explicar por qué.

Primero, la vida es corta y está llena de placeres. Considerando la cantidad y longitud de los productos que genero y el tiempo que toma reaccionar a ellos, calculo que cada uno de mis contradictores fieles gasta algo menos de una hora a la semana pensando en mis ideas. Esa es una hora que podrían emplear haciendo el amor con su pareja, leyendo una obra maestra de la literatura, escuchando un concierto de su músico preferido, etc. Que usen ese tiempo para prestarle atención a mi trabajo, aunque sea para criticarlo, me resulta halagador y lo agradezco sinceramente.

Segundo, más que nadie, son mis contradictores fieles quienes me validan como interlocutor en la discusión pública. Esta discusión es, en esencia, un ritual de antagonismo: solo existe cuando alguien contradice las ideas de otro. Pero participar en ese ritual no es un derecho de todos, es un privilegio de unos pocos. Las ideas de uno compiten con muchas otras por el rol de antagonista. Mis contradictores fieles, quizás sin quererlo, escogen mis ideas entre ese mar de aspirantes y me dan un asiento en la discusión pública. Sin ellos, sería un loco más gritándole a las estrellas, ignorado por las multitudes. Son ellos quienes se detienen permanentemente a decir: “Esperen todos, escuchen lo que esta persona está diciendo”.

Finalmente —y esta es una sutileza importante del punto anterior— mis contradictores fieles son los mejores evangelizadores de mis ideas. El mundo suele estar configurado como un conjunto de comunidades cohesionadas entre sí, pero desconectadas entre ellas. Esto es aún más cierto en la era de las redes sociales y la polarización, donde vivimos atrapados en burbujas de personas que piensan como nosotros. En ese contexto, es difícil que mis ideas salgan de su burbuja natural, porque quienes simpatizan con ellas suelen vivir en esa misma burbuja. Pero mis contradictores suelen habitar otras burbujas, y en su esfuerzo por ridiculizarme ante sus pares, llevan mis ideas hasta lugares donde mis propias conexiones jamás las llevarían. En otras palabras, ellos inoculan mis ideas en esferas de la sociedad a las que yo no podría acceder.

Por eso, tengo mucho que agradecerles a mis contradictores, y hoy, por primera vez, lo hago públicamente. Lo hago con un poco de temor. Temor porque me preocupa que mis contradictores, al saber que me están haciendo un favor, dejen de criticarme. Sé que muchos de ellos actúan con profunda antipatía hacia mí y, al leer esto, quizá prefieran privarse del placer de mofarse de mí antes que beneficiarme. Sin embargo, espero que la visceralidad de su antipatía sea más fuerte que cualquier cálculo racional de costo-beneficio.

Mi mayor preocupación, sin embargo, no es práctica sino filosófica. Entiendo que esta expresión de gratitud puede verse como una actitud arrogante y condescendiente, como si me considerara un dios de la intelectualidad y viera a mis críticos como personillas pequeñas, carentes de dignidad, que no logran ni molestarme. Quisiera aclarar que no es ese el caso. Buena parte de las críticas de mis contradictores fieles, incluso estando motivadas por cierta mezquindad, tienen mucho de cierto. Muchos identifican genuinos sesgos y limitaciones en mi conocimiento y suelen hacerlo con una claridad y elocuencia admirable. Con frecuencia me quedo pensando en lo que dicen. Entonces no, no veo a mis críticos como inferiores. Solo existe una dimensión en la que siento que ellos se equivocan sistemáticamente y es en desconocer que ninguna contribución intelectual es exhaustiva. Es completamente inútil que un pensador aspire a iluminar todo el espacio de la discusión social. El único ejercicio intelectual con verdadera utilidad consiste en poner una pequeña lámpara en un rincón importante de la sociedad que normalmente está oscuro. Dónde y cómo se pone esa lámpara claramente está determinado por los sesgos y limitaciones de quién la pone.

Espero entonces que se entienda que mi expresión de gratitud hoy no es un símbolo de mi superioridad intelectual, sino un esfuerzo por ser útil, poniendo una lamparita que resalta el papel positivo, frecuentemente ignorado, de los contradictores fieles.

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