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Periodista y editor de textos
O, planteada quizá mejor la pregunta, apuntando con más firmeza, ¿es cierto eso de que las redes sociales (y otros usos de los celulares y dispositivos similares) nos dañaron la ortografía? ¿Será que los pelaos de ahora escriben peor? Voy a firmar aquí mi respuesta de una vez. Sabrán ustedes si siguen leyendo o si pasan la página, para mi tristeza.
No. Hoy no escribimos peor. Los pelaos de ahora no escriben peor. Esto, claro, lo afirmo cometiendo el pecado mortal de la generalización, inevitable cuando de hablar de la sociedad y sus fenómenos se trata.
Los niveles de alfabetización son mucho más altos. Este hecho indiscutible ya derrumba la idea implícita en la pregunta con la que titulé este artículo. Era mucho más difícil entrar a la escuela hace 70 años, con lo cual no quiero ignorar que, dentro de las aberrantes injusticias del sistema, haya lugares en los cuales ir a la escuela sea una hazaña y, por tanto, una excepción.
El fenómeno realmente es el exceso de escritura. Bueno, no un exceso necesariamente dañino, afirmación esta nada aristotélica. Quiero desarrollar esta idea: hace no mucho tiempo (no hablo del Renacimiento), escribir era un acto excepcional, infrecuente, protocolario. La gente se llamaba por teléfono. Hoy tenemos sistemas de mensajería como WhatsApp, con el cual escribimos todos los días. Otrora la mamá escribía, si acaso, la excusa, así llamada, para justificar la ausencia de su hijo estudiante. Se la enviaba al profesor para decirle que el próximo lunes el niño no iría a sus clases porque tiene cita donde el médico. O para decirle que ayer no asistió porque sufrió un daño de estómago. Poco más. Hoy escribimos mucho más. La comunicación cotidiana, el chisme, por ejemplo, está ocurriendo en el plano escrito. Todo un revolcón para los cerebros adultos, sobre todo.
A este cuadro debo añadirle la información. La información es un matorral. Pero ahí está, disponible: basta con tomar el celular, oprimir el ícono de Google y preguntar respecto de la correcta escritura de una palabra. Un episodio de un minuto que otrora implicaba abrir el diccionario o hasta acudir a la biblioteca pública. De nuevo, eso sí, no olvidemos nunca aquellas aberrantes injusticias que hoy aún asolan a nuestras sociedades. Pero realmente el acceso a internet, y su matorral, no es un privilegio que podamos calificar como exclusivo de los ricos. Tampoco lleguemos a esos extremos.
Este acto, escribir, necesariamente dispone al cerebro, lo entrena. Hablo aquí con ignorancia, pero con buena intuición: chatear puede ser un ejercicio mental, porque le pone una tarea a nuestro cerebro. Lo pone a trabajar. No puedo, por física ignorancia, referirme a los efectos nocivos del exceso de uso de las pantallas. Solo me refiero a la escritura a la que nos dedicamos mesuradamente en un chat. El esfuerzo de hablar (plano oral) es distinto, y pensé en usar aquí el calificador menor, al esfuerzo de escribir. El ordenamiento de las ideas, el tiempo para pensar una palabra u ordenar una estructura sintáctica, la preocupación por la claridad (resulta más difícil la claridad en el plano escrito. Es más fácil explicarnos cuando estamos en el plano oral).