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La adopción de IA avanza, entonces, por dos vías: la personal, veloz y expansiva; y la corporativa, lenta y plagada de obstáculos.
La revolución que prometió transformar nuestra manera de ser productivos y redefinir el empleo sigue sin materializarse. La inteligencia artificial, al menos en su versión generativa, ha conquistado más el corazón que el Excel.
Desde aquella tarde de noviembre de 2022 en que ChatGPT se abrió al público —y superó el millón de usuarios en menos de una semana—, la conversación global no ha cesado de girar en torno a la inteligencia artificial (IA) generativa y sus posibles efectos en la sociedad. Congresos, estudios y titulares repiten la misma promesa de disrupción inminente. Sin embargo, dos años y medio después, la mayoría de los empleos sigue intacta y aún no existe una superinteligencia que nos haga sentir inútiles en nuestras labores diarias. ¿Se exageró el mensaje, o la revolución avanza por un carril distinto al que imaginábamos?
En el plano macroeconómico, el PIB mundial no ha dado un salto y las curvas de productividad avanzan con parsimonia. Las empresas automatizan tareas puntuales, es cierto, pero todavía no hacen despidos masivos ni desmantelan departamentos completos. Negar, sin embargo, la expansión de la IA a escala individual resulta imposible: desde estudiantes que resuelven ecuaciones con Copilot hasta abuelos que consultan remedios caseros, la herramienta se ha filtrado en nuestras rutinas cotidianas.
Las cifras hablan solas. ChatGPT roza hoy los 1.600 millones de visitas mensuales y acumula 530 millones de usuarios activos en su app. En Estados Unidos, el porcentaje de adultos que declara haberlo usado pasó de 18 % en 2023 a 37 % en 2025, según Pew Research. Entre los menores de 30, el salto es aún más dramático: 55 % lo utiliza con frecuencia. Y no solo hay más usuarios, sino que lo usan más tiempo: la sesión diaria promedio supera ya los 20 minutos, el triple que hace dos años.
Pero más revelador aún es el cambio de uso. Un estudio de Harvard Business Review muestra que el principal empleo de la IA generativa hoy no es hacer tareas, ni buscar información especializada, ni editar textos. Es acompañar. La categoría “Terapia y compañía” lidera el ranking de casos de uso: los chatbots se han convertido en el confidente disponible 24/7 para quien no puede pagar un psicólogo o simplemente para cualquier persona que necesita desahogarse. Le siguen “Organizar mi vida” y “Encontrar propósito”: agendas personalizadas, listas de tareas, ejercicios de clarificación de metas. La IA se ha convertido en el oído que no juzga, el organizador que no olvida, el espejo que no exige. Un artefacto emocional, más que profesional.
Mientras tanto, los usos empresariales siguen empantanados. Según S&P Global, el 42 % de las compañías ha abandonado buena parte de sus proyectos piloto con IA generativa. La frustración se extiende en muchas juntas directivas que invirtieron millones sin retorno claro. Entre la promesa y la realidad se levanta un muro de datos desordenados, procesos heredados y temores reputacionales: nadie quiere que un bot alucine redactando cláusulas contractuales ni que filtre secretos corporativos.
Nunca antes una tecnología fue adoptada tan velozmente en lo personal y, al mismo tiempo, tan torpemente en lo empresarial. Mientras los individuos encuentran en la IA un confidente y un organizador vital, las empresas no logran convertirla en motor de productividad.
La adopción de IA avanza, entonces, por dos vías: la personal, veloz y expansiva; y la corporativa, lenta y plagada de obstáculos. Mientras la pantalla de los desconocidos muestra el recuadro de ChatGPT —donde antes era WhatsApp o Instagram—, en las oficinas predominan las dudas sobre gobernanza y rentabilidad. Paradójicamente, las encuestas señalan que quienes usan IA a diario se sienten más productivos y optimistas, pero esos avances individuales aún no aterrizan en los estados financieros.
¿Qué anticipa esto para el futuro? Primero, que el uso masivo parece irreversible: cada nueva versión de ChatGPT reduce las barreras de entrada y expande las maneras de interactuar con la IA. Segundo, que la interacción sigue siendo, por ahora, principalmente personal: confesiones, planificación y curiosidad. Tal vez la IA se parezca más a la radio portátil que al tractor: un dispositivo que acompaña a cada usuario a todas partes antes que una máquina que reorganice nuestra forma de trabajar por completo.
Sin embargo, las historias tecnológicas rara vez terminan donde empiezan. Queda por ver si, cuando las empresas encuentren la fórmula, esta IA desencadenará la tan anunciada revolución de la productividad.