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Petro está en campaña electoral, manifestada no solo con el cuento de la consulta popular, sino con la preselección de candidatos de peso del Pacto Histórico.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
The Economist revela que el 40% del mundo vive bajo gobiernos dictatoriales. Pone la lupa en la falta de convicciones democráticas en los países de América Latina. Muestra cómo en una escala de cero a 10 –cero es dictadura, diez es democracia plena– Nicaragua tiene un 2, Venezuela un 2.25, Cuba un 2.58 y Haití un 2.74. Colombia, desde que Gustavo Petro llegó al poder, ha caído del 6.55 al 6.35. Y al paso que va, seguramente bajará más si el petrismo prolonga su mandato por otro período y entra así al denigrante club de países parias, abandonando él ya por sí indeseado grupo de “democracias imperfectas” en donde actualmente se encuentra.
¿Petro es demócrata? ¿No es más bien autócrata que se vale del caos y de la lucha social como doctrinas para gobernar? Porque teje a diario, con sus desplantes, una política instigadora contra los pesos y contrapesos del poder. Sus formas antidemocráticas, sus choques repetidos extrainstitucionales, no son solo contra todas las entidades que amparan la democracia –en las cuales tiene ya su quinta columnas–, sino contra aquellos que lo inundaron de zalemas, como Gustavo Bolívar, el funcionario que públicamente le declaró su amor y luego recibió como contraprestación a su lambonería que lo sacara a empellones de la cúpula de sus válidos. Bajó a los trompicones a Armando Benedetti, así fuera con alguna interpretación casuística y leguleya de la Constitución, del efímero pedestal de ministro delegatario para que lo sustituyera en su viaje a China. Habría sido salir de Guatemala para caer en guatepior.
Petro está en campaña electoral, manifestada no solo con el cuento de la consulta popular sino con la preselección de candidatos de peso del Pacto Histórico que, según revelación del decapitado libretista Bolívar, tengan capacidad de seducción para aglutinar otras fuerzas emergentes que sumen a su proyecto y poder enfrentar a la aún inexistente coalición de centros y derechas. Y no es difícil que lo logre, dado que tiene al frente a una oposición anarquizada, tan débil como débiles son los partidos que lo confrontan. Capitaliza los egos arraigados al viejo establecimiento para confundirlos y, en esas paradojas, hallar el mejor factor para dividirlos y derrotarlos.
Petro aprovecha la existencia de esa torpe clase dirigente – tan distinta a aquella que hace 68 años –10 de mayo de 1957– contribuyó a derrocar una dictadura militar que había convertido a Colombia en una gran hacienda ganadera, en la que reinaba otro capataz de sable desenvainado. Hoy la clase dirigente, política y empresarial, poco sabe para dónde va, perdida en sus propios laberintos.
Toda esta confusión seguramente contribuye al retroceso de Colombia en los índices de democracia, como lo señala The Economist. Y cada día seguirá para atrás, dado el ensimismamiento de sus fuerzas políticas, económicas, sociales, bastante indiferentes en tener conciencia democrática.
P.D.: Coincidente que el expresidente panameño Ricardo Martinelli, condenado por soborno en el caso de Odebrech, goce de asilo/impunidad concedido por el Gobierno Petro, en este país en el que también tenemos un expresidente denunciado por similar delito con la misma empresa brasileña.