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El hechizo de la Sinifaná

hace 14 horas
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Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com

Me contaba un viejo amigo versado en leyendas y relatos de los aborígenes antioqueños, que la respetable quebrada Sinifaná, que anda por el Suroeste, transporta en su corriente un hechizo que al parecer le hace resistir contra cualquier intento de controlar, desviar o afectar su cauce para facilitar, por ejemplo, el paso civilizado y permitir la comunicación terrestre del Suroeste con Medellín o con el Occidente del país. Esto es apenas conjetural y mágico, pero no descarto la posibilidad de que esté en tal hipótesis tocada de esoterismo el porqué de la increíble frustración de millones de viajeros que soñamos durante muchos años con la vía rápida para la conexión de regiones vitales.

Es que uno no alcanza a comprender cómo es que en momentos clave de la historia de la ingeniería los chinos ya tengan hasta un tren de levitación magnética en Shangai, que es la sensación mundial porque no va sobre rieles sino que, es literal, vuela y a gran velocidad. Y mientras tanto, en este país, que no tiene excusa para no haber alcanzado a modernizarse en la construcción de carreteras y sistemas de comunicación, tengamos que vivir condenados a esperar quién sabe hasta cuándo a que se ingenie alguna solución que le ponga punto final al inconveniente perjudicial del paso de una señora autopista como la que va incluida en el proyecto Pacífico, activado cada cierto tiempo por las arremetidas de la quebrada Sinifaná, o Zenufaná como la llamaban los antiguos en la época en que tal vez, como decía el amigo de las leyendas, fue objeto del hechizo que la convierte en amenaza.

Hace algunos meses celebramos, claro que alborozados, la aparición de videos en que circulaban camiones, buses y carros particulares pitando con el impulso alegre de sus conductores porque, por fin, se había abierto paso y llegar de Medellín a Armenia, por ejemplo, sólo tardaría menos de cuatro horas. Fueron días u horas de dicha, incompleta. Cayó después otro derrumbe fatal. Tumbó media banca. Impresionantes, los destrozos. Que hacer las reparaciones demoraría unos cuatro meses. Mucho, pero no tantos como los ocho que estamos esperando ahora. Una vez más se malograron los buenos deseos de transportadores, viajeros, comerciantes, vecinos del sector perjudicado, habitantes de una región digna de mejor suerte del Suroeste, en fin, de todo el País Paisa y su vecindario.

¿Hasta cuándo habrá que esperar? ¿Viviremos para contarlo? ¿Tendremos que seguir dependiendo de los caprichos de la quebrada prehistórica? ¿La moderna ingeniería sigue derrotada mientras no se inventen técnicas y procedimientos avanzados que nos permitan dar el brinco a la modernidad, parecida a la que se disfruta en Medellín con el sistema de transporte actual? ¿Seguirá siendo un sueño inalcanzable no sólo acortar las distancias entre Medellín y el territorio viejocaldense y el Occidente, y una ilusión tener, por ejemplo, un tren como el de los chinos? ¿Nadie será capaz de conjurar el hechizo de la quebrada Sinifaná del que hablaba mi amigo versado en relatos antiguos?

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