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Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
Alfred Nobel, químico ingeniero e inventor sueco, se dio cuenta que al crear la dinamita no solo había contribuido a construir una sociedad mejor gracias a los túneles, puentes y ferrocarriles para conectar a las regiones, sino que a raíz del ying y el yang universal, de la interacción del equilibrio cambiante de fuerzas constructivas y destructivas, su glorioso talento se podía utilizar con fines bélicos y terroristas, razón por la cual dedujo que había contribuido a posibles daños a la humanidad y debía repararlos con un premio internacional a la excelencia.
El Nobel ha sido reconocido como el premio de mayor valor otorgado a una persona, grupo u organización por las aptitudes, habilidades y talentos que, contribuyendo al bienestar de la humanidad, cambian el rumbo en las áreas de física, química, medicina, economía, literatura y paz. Se supone que en cada una de las categorías hay un comité de expertos altamente calificados que revisan minuciosamente los méritos, las capacidades y las cualidades personales de los candidatos.
A diferencia del cuestionado Nobel de Paz que se entrega en Oslo, cada diciembre en la Sala de Conciertos de Estocolmo se rinde homenaje a eminencias con un conocimiento profundo, dominio en su área y logros obtenidos. Los ganadores reciben una medalla de oro, un diploma y una suma de dinero.
Colombia ha obtenido dos premios Nobel: en 1982 el de Literatura a Gabriel García Márquez que, entrelazando la realidad con la ficción, se convirtió en un autor ineludible de referencia mundial y, en 2016 el de la Paz a Juan Manuel Santos por los “esfuerzos” para acabar con el conflicto armado en Colombia. Es oportuno agregar que, en términos de paz, muy poco se ha logrado al día de hoy.
Las críticas al Nobel de Paz se han dirigido a la omisión de personajes como Mahatma Gandhi, al afán en el caso de Obama quien se preguntó “¿por qué yo?”, a la influencia de factores políticos con Arafat por estar envuelto en acciones armadas, y a Juan Manuel Santos al irrespetar el NO de los colombianos al Acuerdo de Paz. Adicionalmente, la controvertida inscripción en la medalla “por la paz y la hermandad de los hombres”, obliga a quienes aspiran al Nobel a practicar cualidades difíciles de medir como la honestidad, la nobleza y la sinceridad, haciendo que el premio corra el riesgo de entregarse a quienes no lo merecen.
Hábil en ocultar emociones y ambiciones, Santos persiguió ganar el prestigioso premio ya no como el avezado “ganador de póquer” que sabía evitar el aislamiento y adaptarse a cualquier situación (condiciones decisivas en la política), sino utilizando la enorme ilusión de un país que, herido por más de 50 años de conflicto armado y anhelando con fervor la paz, creía en la posibilidad de convertirla en realidad. A lo mejor consideró que le había llegado la oportunidad de plantearse la pregunta que abrigaba la aspiración de encontrar la codiciada paz, si bien, para sí mismo: ¿por qué yo no?